Los tentáculos del Estado usurpa funciones, derechos y poderes

Ramsés Reyes
¿Quién roba a quién?
Antes de la existencia de un Estado, los hombres eran
libres e independientes, además de iguales, siendo sus derechos por naturaleza,
la vida, la libertad y la propiedad, éste último producto de los
anteriores.
La propiedad es de los derechos más importantes que
anteceden a la sociedad civil, ya que los hombres entran en sociedad y se unen
en comunidades políticas con el objeto de preservarlo.
Diversos autores asumen que el Estado
por antonomasia es creador de derechos y no guardián de libertades.
Esta lectura es claramente digna de un maleante, ya
que ningún ser u organismo puede otorgar a otro algo que no le pertenece. Con
esta lectura del rol del Estado estamos en presencia de una apropiación
indebida y una gran estafa.
Sin embargo, existe un círculo vicioso entre el ladrón (el Estado que
"crea derechos") y quienes se benefician de dicha idea a través de
prebendas y privilegios. Los demás somos víctimas de un robo, pues nos
encontramos con que están vendiendo lo que nos robaron, y además se nos obliga
a comprarlo.
Mientras más grande es el Estado, mayor
será el robo.
No es coincidencia que los países más corruptos tienen
un avasallante aparato estatal y poca o nada libertad económica, como muestran
Venezuela, Corea del Norte y Siria, que están bajo el yugo de regímenes
totalitarios, y se disputan el liderato del país más corrupto y con menor
libertad económica.
De esta realidad no escapan otras naciones que, pese a no estar bajo una
tiranía, comparten la fórmula para el desastre: Estado grande y poca libertad
económica. Estas naciones también creen que la principal función de la
Administración Pública debe ser establecer mecanismos para satisfacer
necesidades de índole social, supuestamente obedeciendo al interés general.
Pero, a diferencia de lo que sostenía Jean Jacques Rousseau, la voluntad general no es divisible de la voluntad de
todos, sino que es la sumatoria de los intereses particulares de los individuos
lo que resulta en el Estado.
Por ello, el Estado no debe ser
contrario a los derechos naturales cuya protección los individuos le confieren.
Bajo la tesis del mal llamado interés general se ha construido una máquina con
forma de kraken, cuyos tentáculos se abalanzan sobre la vida de las personas y
usurpa todas las funciones, poderes y recursos que le corresponden de forma
exclusiva y excluyente.
El kraken, aunque más evidente en países totalitarios,
está presente en todas las naciones que le confieren al Estado funciones que no
debería tener. Bajo el pretexto de cumplir mejor dichas funciones, tales como
las finanzas, la educación y la medicina, el gobierno hace uso de lo que no les
pertenece.
A través del control de la economía y la figura del
Estado empresario, así como también de de altos impuestos y regulaciones que
solo benefician a quien gobierna y a quien le acompaña, el gobierno se apropia
de fruto del esfuerzo de sus ciudadanos. Lo que parece ser un simple robo de
dinero, es en realidad el usurpo de nuestras libertades.
Todo esto lo hace el Estado para
alimentar la mentira de cumplir mejor unas funciones que no le
corresponden.
La verdad es que el Estado jamás ha cumplido ni
cumplirá mejor estas funciones que son propias de los privados. Hoy en
Argentina los servicios estatales de salud y educación reciben muchos más
recursos que los privados. Sin embargo, los organismos estatales prestan
servicios de pésima calidad.
Ante esto, surge la interrogante, ¿dónde va a parar
realmente mi dinero? Cabe destacar que Argentina es el décimo país con más
recursos naturales del mundo, petróleo gas, minerales y agricultura,
suficientes para poder alimentar al 60% de la humanidad. Pero como consecuencia
del Estatismo y de una economía intervenida bajo un burdo pretexto
nacionalista, resulta que en el siglo XXI dicho país tiene una de las peores
economías del continente, a pesar de ser a principio del siglo XX el quinto
país más rico del mundo. Solo con un gobierno y Estado limitados, en una Nación
donde los recursos son administrados por sus propios ciudadanos, se puede
reducir la corrupción.
Porque no se puede robar donde no hay
nada que robar. Detrás de la pobreza de Argentina y de muchas otras naciones
con el mismo suplicio, se encuentra la corrupción, la cual ha quedado impune.
La impunidad reina en una Nación donde el Estado dejó de ocuparse de sus
verdaderas funciones, garantizar seguridad y Justicia, para convertirse en una
máquina de hacer pobres.
Los fascistas, al igual que los socialistas, proponen
justamente el mismo sistema económico. Ambos proponen que el Estado, en nombre
y representación del pueblo, tenga la iniciativa en los proyectos económicos.
Una supuesta fusión entre Estado y sociedad. Los fascistas creen que el
gobierno, en nombre del Estado, y éste a su vez en nombre del pueblo, debe
asumir el control de los medios producción, para luego dejarlos a cargo de los
privados más capaces. Sin embargo, el criterio de evaluación no es más que la
simpatía que pueda tener el privado con el ideal nacional propuesto por el
Estado, es decir, por el régimen.
Los privados, en busca de los privilegios que el régimen les pueda
garantizar, aceptarán y alabarán el Estado propuesto fascistas. Por otro lado,
los socialistas son aún más avaros y pretenden la apropiación de los medios de
producción con la misma excusa de bienestar, pero sin inclusión de capital
privado. Además, utilizan la ilusoria promesa que algún día le será entregado
dichos bienes al pueblo. Esto jamás ocurrió ni ocurrirá, pues el sostén del
modelo socialista es la generación de una relación de dependencia total de sus
ciudadanos hacia el Estado.
Por ello que se puede decir que el fascismo es simplemente una variante
chovinista del socialismo. Como bien planteó George Orwell, el destino de todo
régimen socialista es ir cayendo en la corrupción, modificando las leyes en
favor de la nueva clase gobernante, y adaptándolas a nuevas formas de vida cada
vez más similares a los burgueses que tanto criticaron. Nuevas formas de vida
sólo accesibles a la clase gobernante, claro está. No es coincidencia que
quienes representan al chavismo y llegaron al poder en Venezuela hace dos
décadas, hoy son los hombres más ricos del país, e incluso están entre los
hombres más ricos de América y el mundo.
Mientras tanto, el 10% de los venezolanos se alimenta de la basura y más
de 300.000 niños están al borde de la muerte por desnutrición. Eso es
socialismo, una ideología cuya política pública es el saqueo. Si en verdad se
quiere acabar con el saqueo de los políticos, que no es más que una
consecuencia de la usurpación, se debe empezar por luchar para bajar impuestos
y reducir el tamaño de los Estados, para así poner límites a los gobiernos. Se
debe luchar por bajar los impuestos, privatizar y desregular la economía,
devolviendo las funciones a los ciudadanos, sus verdaderos depositarios. De
esta manera resulta indispensable desmontar todo el entramado jurídico
Estatista, derogando las leyes que atentan contra la libertad, que imponen
sanciones al trabajador y premian al ocioso, condenando así el trabajo, el
ahorro y la inversión. Además, se debe establecer o reforzar un conjunto de
normas que controlen al quien realmente debe ser controlado, el gobierno, para
que no meta las manos los bolsillos de los ciudadanos. Pues el Estado no
tendría sentido alguno si sus instituciones no devienen en una garantía de
nuestras libertades, es decir, un ambiente de seguridad jurídica que perdure a
través de la división de los poderes y del cumplimiento de la ley. Ley que,
como el Estado, no se pueden oponer a los derechos fundamentales, aquellos que
John Locke llamaría, "La Ley Natural".
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