¡Que viva la dictadura!
César Yegres Guarache

Economista. MSc en Finanzas. Profesor universitario. Director Ejecutivo de la Cámara de Comercio de Cumaná. Mención especial, Concurso Internacional de Ensayos: Juan Bautista Alberdi: Ideas en Acción. A 200 Años de su Nacimiento (1810-2010), organizado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


@YegresGuarache / cyegres@udo.edu.ve





La figura de un hombre fuerte, que ponga orden, disciplina y traiga la paz es algo que ha sido anhelado en América latina desde los días de las guerras de independencia y, para muchos, forma parte de una suerte de “pecado original”. Con la sola excepción de Brasil, los territorios de esta porción del continente libraron sangrientas batallas para obtener su independencia de la Corona Española, en una ruptura traumática con el andamiaje colonial, una “monarquía absoluta de derecho divino”, sin rasgos de democracia, libertad, justicia o igualdad, que privó durante 300 años.

Las naciones que surgieron a raíz de aquella conflagración bélica pretendieron copiar y aplicar el esquema institucional reinante en EEUU, Canadá y algunas naciones de Europa, pero sin tener experiencia práctica ni tradición alguna en el ejercicio de esos modos políticos, legales y culturales. El desorden institucional y la orfandad de liderazgo resultantes sólo podían ser resueltos por esa mano fuerte. Al desaparecer la figura del Rey como eje central de la vida social, ese vacío debía ser llenado de algún modo. En una primera etapa, fue el turno de los “libertadores”, protagonistas victoriosos de la gesta de independencia. Luego, fueron sustituidos por los “caudillos”, que defendían el territorio y protegían al pueblo. Finalmente, han llegado los “benefactores”, que encarnan por sí mismos al Estado todo y le prometen a la gente toda suerte de prebendas. Por supuesto, cada uno de ellos ha ejercido su mando de una forma absolutamente personalista y autoritaria. Empleando magistralmente una simbología muy concreta en el lenguaje, los gestos, el modo de vestir y de actuar –sobre todo en público-, ese hombre fuerte ejerce un encanto especial, mezcla de carisma con poder. En procura de un “interés patriótico superior”, el hombre fuerte se eleva por encima de todos, su palabra es sagrada y no puede ser contradicha. En la práctica, esto significa mandar sin rendir cuentas, contraloría ni contrapesos; suprimiendo las libertades y derechos civiles y políticos, lo que deviene siempre en violaciones de derechos humanos. Se consideran únicos e indispensables. En no pocos casos, hasta eternos e insustituibles. Conocer este fenómeno, ahondar en sus raíces, formar ciudadanos y construir unas instituciones dignas de la democracia y las libertades modernas son tareas y desafíos para los latinoamericanos de ésta época, como único modo de terminar con ese largo y perverso historial de “manos fuertes” y gobernados que suspiran por ellas. 


 

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