Esto es lo que somos, ¿y qué?
Florencia Torales
Estudiante de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales UNTREF (Universidad Nacional de Tres de Febrero). Participante del Programa de Jóvenes Investigadores y Comunicadores Sociales 2021.
Cuando nos
sentimos incómodos con el ambiente o las circunstancias de nuestras vidas
sucede algo particular, innegable. En ese momento, que puede durar más que un
instante, nos cuesta revelar nuestra verdadera esencia, hasta podría decirse
que no somos nosotros mismos. A todos nos pasó, y estoy segura que mientras lee
estas líneas rememora situaciones en las que también le ha sucedido.
Pero, ¿qué hace
que mostremos o no lo que realmente somos? ¿Lo que podemos llegar a dar o
lograr? La libertad. Cuando nos sentimos inhibidos, censurados o intimidados no
somos libres. No podemos expresarnos como nos gustaría, las palabras no salen
con naturalidad, sentimos que nos marchitamos y que podríamos ser mejores que
esto.
Ahora bien, si
hablamos de libertad también es necesario mencionar la desigualdad. De acuerdo
a la RAE, hablar de desigual refiere a: 1. adj. Que no es igual. 2. adj.
Diverso, variable. Que se trabaja con desigual fortuna.
¿Y por qué esto
tiene que ser necesariamente interpretado como algo negativo? Nos convencieron
durante tanto tiempo que ser diferente es malo; tener más o algo subjetivamente
“mejor” que el prójimo no es correcto.
Debemos
alinearnos a lo establecido, volvernos homogéneos, teñirnos de gris y no
destacar entre la multitud, porque eso es ser realmente solidario. Pero siempre
habrá alguien que tenga más o “mejor”, ya sea un objeto material, un amor, una
amistad, incluso mayor o menor ilusión en lo que nos espera mañana.
Lo cierto es que
ser “todos iguales” va en detrimento de lo que nos hace humanos; la curiosidad,
el ingenio, la creatividad y la capacidad de darle forma a lo que imaginamos.
Todos somos
buenos en algo, claro, pero no necesariamente lo somos para las mismas cosas.
Entonces, ¿qué mejor que ser libres para desarrollar nuestro máximo potencial?
¿Cuál es el límite?
Naturalmente no
existen impedimentos pero, si incluimos en la ecuación un gobierno que reniega
de la libertad fuera de su esfera de influencia, la historia es diferente. Como
mencioné en un principio, la intimidación o imposición que logra incomodarnos
se transforma en última instancia en falta de libertad.
Recordará usted
que en el último tiempo, en concordancia con el brote de COVID-19, en Argentina
se implementaron medidas públicas que coartaron la libertad en diversas formas.
Desde el gobierno aseguraron que sería un revés temporal, sin embargo todo parece
indicar lo contrario; el comercio es cada vez más restrictivo, las condiciones
para contratar empleados o ser uno se vuelven esclavizantes e incluso estamos
presos dentro de nuestros propios hogares debido al flagelo de la inseguridad.
Ya no cabe preguntarse en qué sentido no somos libres, sino en cuál sí lo
seguimos siendo.
Sin ir más
lejos, hace unos días el gobierno nos impuso qué marcas deberíamos adquirir en
las góndolas del supermercado a la vez que públicamente se anunció que aquellos
empresarios que no sean lo suficientemente “solidarios” con la causa populista serán
castigados con más topes y controles arbitrarios de precios. Además, y como si
no fuera suficiente la indebida intromisión, se sancionó una Ley de Etiquetado
que prohíbe abiertamente el libre albedrío y castiga la creatividad a la hora
de promocionar productos alimenticios. Cada día que pasa estamos un poco más
incómodos, somos menos libres. Las paredes se achican y el aire comienza a
escasear.
Qué decir, a
quién, qué comer, qué vestir, qué moneda usar, a qué sindicato y obra social aportar,
en qué aerolínea viajar, adónde vacacionar, a qué escuela y hospital asistir, cómo
informarse y a través de qué medios, qué impuestos nuevos pagar, qué servicios
contratar, a qué hora salir y volver a tu casa, cuál vacuna aplicarte, qué
vehículo manejar, qué celular, computadora o microondas comprar. La lista es
interminable… pero qué, cómo, cuándo y dónde se obedecen sin chistar, sin darnos
cuenta. Somos como el animal de zoológico, creyendo que es libre por pisar
césped sintético mientras camina los mismos pasos todos los días detrás de un
alto alambrado.
Nos esforzamos
demasiado en lograr una sociedad igualitaria donde no existan diferencias pero
la realidad es que semejante utopía jamás será posible. No somos todos iguales,
no todos queremos o pensamos las mismas cosas ni vivimos las mismas vidas. No
todos somos buenos para lo mismo y no tendríamos porqué serlo. Siempre habrá
personas con mejor “fortuna” para los negocios, para encontrar el amor, o para
ver una veta de mercado donde otros solo ven sequía. ¿Es esto malo? En
absoluto. Imagine usted cuántos talentos o avances grandiosos nuestra sociedad nunca
hubiera visto si fuéramos todos idénticos, simples números en una sociedad
igualitaria. Nos perderíamos el ingenio de Nikola Tesla, la creatividad de Ludwig
Van Beethoven o la agudeza y legado de Thomas Jefferson, entre otros tantos
personajes ilustres de la humanidad.
No es casualidad
que los índices de libertad reflejen la prosperidad de las naciones. Cuando a
los que emprenden y buscan innovar se les colocan obstáculos infranqueables y
se los persigue, el resultado inmediato es el empobrecimiento de la sociedad
entera, que queda presa y vulnerable ante la pérdida de toda libertad. Venezuela
y Cuba son claros y lamentables casos en donde ser libre es un crimen aberrante.
Por el
contrario, en países económicamente más libres como Suiza o Irlanda, los
ciudadanos gozan de un mayor bienestar asociado al progreso y productividad en
todas sus formas. Las circunstancias del ambiente son adecuadas; la seguridad
para el comercio privado es robusta y los derechos de propiedad se respetan.
La libertad es
futuro, crecimiento y progreso. Es la medida de lo posible.
Profesarla es
para los detractores sinónimo de desigualdad, y la verdad es que tienen razón,
pero esto es lo que somos y la expresión más pura de todo lo que podemos llegar
a ser. No es bueno ni malo. Es nuestra naturaleza y no debemos aprisionarla, castigarla
o sentirnos avergonzados.
Si invirtiéramos
el mismo tiempo y esfuerzo que usamos en reprimirnos para exaltar lo que nos
hace a cada uno diferente, las cosas que podríamos lograr…
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