Los dos caminos para la Argentina y las bases para mirar hacia el futuro
Marcos Victorica

Economista, emprendedor y escritor.



No hay nada como el contexto de un año electoral para pensar en el futuro de un país. Sin embargo, la lamentable realidad que se vive al prender la tele o leer los diarios es un sinfín de referencias al pasado, a gestiones que han quedado atrás, a modelos anticuados y que poco tienen que ver con el lugar hacia el que se dirige el resto del mundo.
 
Muchos de los argentinos se han resignado a que la discusión en su país se dé hacia atrás, cuando el futuro está adelante y se escapa mientras nos distraen las sobras de historia que deberían servirnos para aprender y avanzar. El presente es infinitamente mejor que cualquier tiempo pasado, porque es desde ahí que se gestiona el futuro.
 
Para otros países, con superávits fiscales, economías prósperas y gran calidad de vida de sus habitantes, el futuro llegó con un proyecto firme, con educación, trabajo e inversión en tecnologías para mejorar y aumentar la producción. Pero, ¿qué pasa en un país donde el trabajo mismo no tiene un respaldo, donde la moneda se escurre entre las manos como arena y no asegura la posibilidad de invertir y cuidar lo ganado?
 
En un país con una economía que no cuida el trabajo de los suyos, se pierde mucho más que dinero, se pierde esfuerzo, se pierden años y se pierde el alma. Ese temor es el que impide levantar la mirada y vivir el presente, pensando en el futuro, en uno más próspero. Mirar hacia atrás en busca de responsabilidades parece una salida más simple. Lo pasado brinda seguridad porque "ya fue", ya es conocido. No obstante, es en dirección a lo desconocido donde se encuentra la salida, pero hay que trabajar para ello.
 
Los casos de Singapur y Taiwán son referencias, países asiáticos en los que un proyecto a largo plazo -allá por la década de los 60- sentó las bases para dar prosperidad al futuro. Países que no son beneficiados por la enorme variedad y riqueza en recursos naturales que tiene Argentina, pero que compensan con desarrollo tecnológico, educación y estabilidad lo que no les brinda su tierra.
 
La próxima revolución en el mundo vendrá de la mano de la inteligencia artificial que cambiará y potenciará la capacidad productiva de todas las áreas -tal como ya viene haciendo-. Argentina puede tomar dos caminos: seguir mirando hacia un pasado de crisis y recesiones cíclicas, o poner los ojos en el salto tecnológico que se está desarrollando en el mundo.
 
Para replicar los ejemplos de Taiwán o Singapur, nuestro país necesita comprender que un proyecto a largo plazo (a 50 años o más), que parece tan ambicioso para una nación que tiene poco más de 200 años de historia, es la clave para construir algo duradero que disfruten nuestros hijos y nietos.
 
Las bases para ellos fueron claras:
 
  • Fuerza política y conjunta con la población
  • Desarrollo tecnológico
  • Educación, entendida como una inversión y no un gasto
  • Crédito y apalancamiento económico para el desarrollo
 
Somos un país con el potencial para alcanzar cada uno de estos puntos, pero necesitamos mirar hacia el futuro. Es hora de perder el miedo a quitarnos el velo de la historia y transitar el paso hacia el desarrollo y el crecimiento, de la mano de una economía más sólida, una moneda que nos haga competitivos en el mundo y que nos lleve de nuevo a ser parte de él.


Publicado en El Cronista.

 

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