El ¨super-yo¨ y el ¨ello¨ de Latinoamérica
José Verón
Se ha dedicado a investigar en las ciencias sociales, especialmente en el derecho, la economía, la administración, la psicología social y el periodismo. Su actividad principal es la docencia, en la que ejerce desde 1997, y la mediación, desde 2002.
Tenemos a veces la impresión que, las
fundamentaciones de base psicológica, a las problematizaciones
socio-económicas, dotan de mayor asidero a aquello que estamos postulando o
proponiendo. Son un abono más, pero uno muy importante, puesto que se refleja en
la complejidad del alma humana.
El edificio de la psicología debe
mucho a S. Freud (1856-1939). Cuando este teorizo acerca de las instancias—las
“provincias”, al decir de Freud—de la mente, las dividió en ello, yo y
super-yo. Donde el ello es, básicamente, la fuerza pulsional, el super-yo los
mandatos morales y éticos y el yo media entre estas otras dos instancias y la
realidad. El yo es, esencialmente, un mediador.
Lo que es un poco menos sabido,
es que las instancias de la mente se afectan entre sí. Se suele postular, por
ejemplo, que, si el super-yo es fuerte y despótico, se genera, como formación
de reacción, un ello también muy fuerte. Aunque la causalidad podría también
ser inversa; si el ello es fuerte y pujante, se genera, también, un super-yo
fuerte.
Hay acción reciproca entre el
super-yo y el ello. Aunque sean antitéticos y se contradigan, si un “polo” de
la mente es fuerte, el otro “polo” también lo suele ser. Podemos aplicar esto a
cuestiones más sociales y socio-económicas de la Argentina y de Latinoamérica,
como que la economía es praxeología, es también ciencia y saber comportamental.
Y el mercado (cataláctica) y el proceso
de mercado es fundamentalmente una aplicación de la praxelogía o ciencia de
la acción humana.
En la Argentina, tenemos, en nuestra historia
económica y social, momentos en los que nos inflama un “super-yo” exigente y
dictatorial, y ahí a veces somos más papistas que el Papa; somos más capitalistas
que la Inglaterra Manchesteriana, y, en este ímpetu, desnaturalizamos quizá un
poco el capitalismo al hacerlo avanzar sin nociones claras y desorganizadamente,
privatizamos hasta aquello que, tal vez, no lo debería ser, pensamos en
dolarizar sin restricciones ni atenuantes de ningún tipo ni factor toda la
economía, etc.
Unos años después, nos rasgamos
las vestiduras de este fervor Manchesteriano, y nos vamos al otro extremo; es
como que nos posee el “ello”; estatizamos, avanzamos sobre la propiedad privada
de manera burda, “sovietizamos” y burocratizamos la economía, hasta violentamos
derechos, etc.
Se atribuye también al pensamiento de
Aristóteles (384-322 a. c.) aquello de que, sin embargo, “In Medio Veritas”.
Pero aquí también postulamos que una cosa es consecuencia de la otra; esto es,
un “fervor” lleva al otro, sin detenernos a pensar que, no buscamos
equilibrios, no construimos, con adultez y madurez, un “Yo” que medie entre
estas pulsiones y estos fervores, y pueda recoger lo que hubiera, tal vez, de positivo
o relativamente positivo de cada una, para adaptar al país dinámicamente a la
realidad.
El super-yo presiona al humano
de tal manera, que lo hace desarrollar un muy fuerte impulso por liberarse, por
satisfacer sus exigencias pulsionales. También, el ello genera tanta conciencia
culpable al humano, que, como formación de reacción, se edifica, aunque sea
inconscientemente, la necesidad de normas morales, de un reaseguro ético y
moral.
Ambas
cosas son, psicológicamente, ciertas. Cuando somos Manchesterianos, la “buena
letra” que hacemos, muchas veces a regañadientes, va generando el caldo de
cultivo necesario para la eclosión de nuestras pulsiones inconfesables
estatistas, “soviéticas”, y autoritarias.
Y cuando somos parecidos a Cuba, o a la
actual Venezuela, sabemos que estamos derrapando, que estamos haciendo un lio,
que desordenamos la economía y las instituciones, y soterradamente esto nos va
quizá dando cierta culpa y, al cabo de unos años, volvemos a ser
Manchesterianos.
¿No podemos mediar entre ambos extremos? ¿No podemos mediar entre ambas
instancias, entre ambas “provincias”, y adaptarnos dinámicamente a la cambiante
realidad del mundo y de la contemporaneidad? ¿Estamos presos del “corsi e ricorsi”? (G. Vico-1668/1744).
Pero si esto que estamos planteando es “cierto”, o al menos algo verosímil,
entonces poder ser lucidos y saber evitar estos extremos es clave; aquí no solo
estamos planteando que en Argentina y en Latinoamérica también nos vamos a los
extremos y evitamos los equilibrios. Y que sería saludable buscar, aunque sea
con esfuerzo, un “termino medio” entre estos extremos. También estamos
diciendo, que este “corsi e ricorsi” no es solo algo descriptivo, que se
observa; estamos tratando de entrever porque ocurre esto para ver si lo podemos
evitar, dado que lo consideramos dañoso y perjudicial para nuestras repúblicas.
Y, en este sentido, creemos que una instancia causa la otra; que cuando
somos excesivamente y desmedidamente “Manchesterianos” vamos al tiempo generando
nuestra instancia “Sovíetica” y burocrática, y la inversa también es válida. Como
un super-yo que, al fortalecerse, fortalece también, colateralmente, al ello. Y
también al revés.
De esta manera, si no queremos quedar
presos del “corsi e ricorsi”, y también pretendemos desarrollar una senda de
crecimiento y expansión, de avance sostenido, quizá haríamos bien en no
exagerar nuestros distintos “fervores” cuando es el turno; por ejemplo, si
gobernamos en un marco de institucionalidad y racionalidad económica, de todas
maneras no nos “pasemos de rosca”, no nos hiper-extrememos en todo esto en la
gestión; de otra manera, estaremos generando el “caldo de cultivo” y creando las
condiciones y las bases para un “sovietismo” posterior que desande mucho camino
que hemos recorrido, y genere graves distorsiones.
Planteamos no “irnos a los
extremos”, porque, de lo contrario, estaremos quizá generando, soterradamente,
la contra-reacción del otro extremo político y económico; la generamos quizá en
nuestra propia exageración y sobre-actuación. Y la generamos “operantemente”,
casi hasta como si fuera como una ley de la física, por más que, en ese
momento, nos sintiéramos muy seguros de que el avance de nuestras políticas y
nuestros postulados y directrices es firme.
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