¿Qué país entrega la dinastía Kirchner?
Maximiliano Bauk
Es Analista de
Políticas Económicas en el Centro de Estudios Libertad y Responsabilidad.
Actualmente cursa una Maestría en Políticas Económicas en la SMC University.
Participó del “Programa de Jóvenes Investigadores y Comunicadores Sociales” de
Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
El país que fue gobernado por la familia
Kirchner durante los últimos 12 años está a punto de experimentar un cambio en
su figura presidencial en tan solo meses, quizás simplemente de apellido, o tal
vez hasta de rumbo. Es por eso importante entender, aunque sea de manera
resumida, por qué la Argentina se encuentra hoy en la preocupante situación
actual e intentar comprender lo que nos depara el futuro.
Todo comenzó en el 2003 en medio de una
delicada situación de la cual el oficialismo se jacta de haber enmendado, pero
la verdad es que, como dijo recientemente el Dr. Adrián Ravier en una de sus
columnas, si bien es cierto que la situación económica ha mejorado desde el
2003 ésta no ha crecido, sino que simplemente se ha recuperado a los niveles
anteriores de la crisis pero sin lograr expandir su capacidad productiva puesto
que aquella mejoría no ha sido genuina, es decir lograda a través del ahorro e
inversión de las personas gracias a una estabilidad que lo permita, sino que ha
sido artificial, mediante empleo público, siendo el estado el principal
empleador de los últimos años lo cual es lógicamente insostenible tratándose
éste de un ente recaudador, pero no productor, razón por la cual al agotar
recursos, para lograr sostener al creciente gasto público, el peso sobre los
hombros de las empresas y trabajadores privados fue creciendo cada vez más,
llegando a cargar con la presión tributaria más alta de nuestra historia.
Así, los gastos del estado fueron cada vez
mayores, superando ampliamente sus ingresos, este desequilibrio es llamado
déficit fiscal y ha superado al mes de julio los $153.000 millones, el cual es
financiado –en parte- por una desmedida emisión monetaria que derivó en la
segunda inflación más alta del planeta.
Sumado a las cargas tributarias récord y la
inflación, distintas medidas del gobierno como los precios cuidados, la
confiscación de acciones de YPF, el acuerdo con Irán, el cepo a las
importaciones, la persecución de la AFIP a empresarios opositores, la guerra contra el campo, las retenciones a
las exportaciones, el cepo al dólar y la brecha cambiaria, formaron la
combinación perfecta para ahuyentar cualquier tipo de inversión en el país por
considerarse de alto riesgo, de hecho se las ve más riesgosas aquí que en Irak
y Nigeria aún enfrentándose a ISIS, Al Qaeda y Boko Haram, lo cual se ve
reflejado en nuestra superior tasa de interés.
La situación fue sostenible durante más
tiempo que en condiciones normales gracias al contexto internacional con el que
contábamos, en donde los dos principales compradores de nuestros productos,
Brasil y China, crecían enormemente por lo cual nos beneficiaban no solo por el
mayor volumen adquirido por su ascendiente capacidad de compra, sino que además
empujando los precios de estos a la alza por la superior demanda global
–imaginen lo que sería el país hoy de haberse aprovechado tal entorno-. Pero
todo cambió, hoy Brasil atraviesa una recesión y China no solo frenó su
crecimiento sino que además devaluó, empujando así a la baja nuestras
exportaciones y alentando importaciones por el abaratamiento de sus productos.
Ante este desfavorable escenario, el próximo
gobierno deberá hacer además frente a los U$S 84.000 millones que suman los
vencimientos totales de deuda del período 2016-2019, por lo cual será menester
un giro de 180 grados que dé un claro mensaje al mercado anunciando el cese a
todo ataque contra el sector privado, quitando todo obstáculo de la actividad
productiva, eliminando el cepo y la inflación para permitir el ahorro y la
inversión tanto interna como externa, estimulando exportaciones, consiguiendo
dólares y generando los puestos privados necesarios para absorber a los
empleados públicos innecesarios que deberán dejar sus puestos para –en conjunto
con otras medidas- eliminar el desequilibrio fiscal.
El ajuste se dará necesariamente puesto que
nada ni nadie escapa a la realidad, la diferencia radica en que este puede ser
planeado y ordenado, o bien puede sorprendernos sin ya ninguna capacidad de
atenuar sus efectos, generando desempleo mientras a la par crece el costo de
vida, es decir la peor de las combinaciones posibles para los ciudadanos a la
cual ya nos estamos dirigiendo. Está en nuestras manos elegir el camino.
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