¿Es la inmigración un problema?
Maximiliano Bauk

Es Analista de Políticas Económicas en el Centro de Estudios Libertad y Responsabilidad. Actualmente cursa una Maestría en Políticas Económicas en la SMC University. Participó del “Programa de Jóvenes Investigadores y Comunicadores Sociales” de Fundación Atlas para una Sociedad Libre.



La enorme mayoría de las personas, por lo menos a lo largo y ancho del continente americano, 

contamos con inmigrantes en nuestros antepasados. Personalmente, si me remonto tan solo tres 

generaciones, me encontraré con que ninguno de mis bisabuelos nació en la Argentina, de hecho todos 

ellos provienen de lugares lejanos, en su mayoría de Croacia, aunque también de Italia y España. 

Nuestras tierras han sido pobladas por millones de familias procedentes de todos los rincones del 

planeta, recibiendo con los brazos abiertos a las víctimas de guerras hartas de tanta destrucción, como a 

todo aquel que sintiera un techo en sus capacidades que aquí pudiera ser elevado. Nadie cuestiona lo 

provechoso que fue aquella posibilidad que nuestro continente brindó con tanta generosidad durante 

siglos en el pasado, pero por alguna razón parece que, aquello que alguna vez nos benefició, es ahora un 

enorme peligro.  

¿Pero es realmente la inmigración un problema? La respuesta es sin lugar a duda negativa y paso a 

explicar por qué. 

Si un trabajador sirio emigra de su país hacia Europa, por ejemplo, la economía global crece. Esto es así 

porque la misma persona con las mismas capacidades produce en el mismo período de tiempo una 

mayor cantidad de bienes y servicios en un país desarrollado que en uno que no lo es, debido a las 

herramientas disponibles en el primero y ausentes en el segundo, y más aun teniendo en cuenta que 

este último se encuentra devastado por conflictos internos y externos que convierten cualquier 

actividad diaria en un riesgo para la vida. Esto implica que al multiplicar la misma persona en diferentes 

contextos su productividad, el ahorro será mayor, con lo que debe esperarse a su vez mayor inversión y 

por lo tanto mayor empleo. 

Lo mismo ocurre en el contexto interno del país que lo acoge: ingresa un trabajador, realiza alguna tarea 

como por ejemplo envasado de pasta dental, haciendo de la elaboración de esta algo más productivo 

puesto que de lo contrario no hubiera sido contratado, esto se traduce en un producto final más barato 

para el consumidor, por lo que con el mismo dinero podrá ahora obtener más productos, es decir que 

los salarios reales aumentan. Todos ganan.

Hasta aquí no hay inconveniente alguno, pero desde mediados del siglo pasado llegó de manera 

creciente el llamado Estado Benefactor. Este consiste en la distribución de un caudal de dinero aportado 

por los contribuyentes, entre aquellos que más lo necesiten. Pero pasaron los años y los gobernantes 

entendieron que este sistema podía ser utilizado en su beneficio para captar votos, por lo que los 

estándares fueron cada vez menos estrictos y su disposición se ha tornado, en numerosos casos, 

descontrolada y desequilibrada.  

Así, el país ya no solo ofrece oportunidades de trabajo y prosperidad a base de esfuerzo, sino que 

además en muchas veces, garantiza ciertos beneficios; y teniendo en cuenta que una gran cantidad de 

los inmigrantes se van de su país justamente por la falta de oportunidades, es de esperar que su 

situación no sea la mejor, por lo que en lugar de aportar al crecimiento económico pasa ser destinatario 

de asistencia estatal, reduciendo el producto y convirtiéndose en una carga para la ciudadanía, por lo 

menos durante un tiempo  determinado. Inclusive, en algunas ocasiones, es este sistema el incentivo 

principal para escoger un destino en lugar de otro.

¿Cuál es entonces la conclusión? Pues bien, si la inmigración sin factores exógenos que la desvirtúen es 

positiva tanto para el país de destino, como para sus habitantes y obviamente el inmigrado, el problema 

debe radicar necesariamente en cuestiones externas a ella, como por ejemplo el mencionado Estado 

Benefactor que, a causa de su capacidad para conducir el voto popular en cierta dirección, ha tomado 

dimensiones exorbitantes. 

Uno debe tener en cuenta que un alemán es alemán por una mera coincidencia geográfica al momento 

de su nacimiento, pero eso no lo hace un mejor ser humano, en cambio lo que sí lo convierte en uno 

más civilizado es el contexto de reglas claras y fuertes instituciones que lo rigen, a las cuales deberá 

adaptarse el extranjero, y si no lo hiciera eso significará que en realidad ese sistema tenía aspectos 

débiles que mejorar solo apreciables al ser puestos a prueba. Al fin y al cabo la inmigración es como la 

luz, uno no puede culparla por todo aquello que nos permite ver.
 

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