¿Por qué no baja el gasto público?
Iván Carrino
Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Editor de El Diario del Lunes, el Informe de Coyuntura Económica y Política de Inversor Global. www.ivancarrino.com.
Iván Carrino cuestiona el nivel de gasto público en Argentina y da ejemplos de países alrededor del mundo que recortaron el gasto exitosamente.
Recuerdo una charla que escuché hace alrededor de 10 años. Quien disertaba en esa ocasión era director de una de las consultoras políticas más reconocidas del país. No recuerdo casi nada de la charla, pero sí una frase que me quedó grabada para siempre: “en política, la traición es una virtud”.
La frase, que puede sonar detestable, hacía referencia a la necesidad de los líderes políticos de traicionar sus lealtades, incumplir sus promesas y adaptarse permanentemente al cambio del “humor social” para avanzar en su carrera política.
Ejemplos de este fenómeno sobran en la política nacional. Políticos que se cambian de partido o que incumplen sus promesas electorales son un clásico.
El gobierno nacional no escapa a esta “tradición”. Durante la campaña 2015 prometió cambiar 180 grados lo que hacía el kirchnerismo. Sin embargo, en términos fiscales la promesa fue incumplida.
El estado, origen de nuestros problemas
Durante los 12 años de gobierno kirchnerista el gasto del gobierno creció de manera vertiginosa. De acuerdo a los últimos datos oficiales del Ministerio de Hacienda, el Gasto Público Consolidado avanzó nada menos que 20,6 puntos en términos del PBI, pasando de 26,6% a 47,2%.
Este alocado aumento de las erogaciones estatales no solo genera una mala asignación de recursos que reduce el crecimiento económico, sino que también es principal responsable de nuestra delicada situación fiscal.
El déficit, como quiera que se financie, es una bomba de tiempo que el propio Macri reconoce que no puede mantenerse en el tiempo.
Sin embargo, si consideramos lo que “Cambiemos” hizo hasta ahora, la realidad es que no cambió nada. El año pasado el PBI nominal creció 38%, cayendo en términos reales. El gasto, por su parte, creció alrededor de 39,3%. Esto lleva la ratio Gasto/PBI a 47,6%. Para 2017, si se cumple lo estipulado en el presupuesto, el gasto seguirá creciendo, pero en términos nominales volveríamos a niveles del 47,1%.
Este guarismo es similar al de países europeos y 85% superior al de Chile, Colombia y Perú promediados. Too much.
¿Es malo bajar el gasto?
Obviamente, cuando se propone bajar el gasto sale a la palestra una tribu de analistas imbuidos de keynesianismo que comienzan a recitar todas las calamidades que ocurrirían si se implementara la malvada austeridad. Un menor gasto, dicen, reduce la demanda agregada, la gente consume menos, las empresas reducen sus ventas, crece el desempleo y la economía colapsa.
No obstante este libreto, lo cierto es que la evidencia demuestra que es perfectamente compatible reducir el gasto público y mantener una economía vibrante.
Recientemente, Irlanda fue testigo de esta situación. Luego de llevar sus erogaciones al 65% del PBI en 2010, las redujo de manera considerable hasta el 29,5% en 2015. En términos nominales, el gasto cayó 31%. Obviamente, no ocurrió ninguna desgracia y la economía recuperó el crecimiento al tiempo que reducía su desequilibrio presupuestario.
Otro caso célebre es el de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. De acuerdo al estudio de Cecil Bohanon:
En 1944, el gasto del gobierno en todos los niveles representaba el 55% del PBI. Para 1947, el gasto público había caído un 75% en términos reales, o desde el 55% hasta el 16% del PBI (…) Sin embargo, este “desestímulo” no resultó en un colapso del gasto en consumo o en inversión. El consumo real creció 22% entre 1944 y 1947 y el gasto en bienes durables creció hasta más que duplicarse en términos reales. La inversión bruta privada creció 223% en términos reales, con un enorme incremento real que se multiplicó por seis en el gasto destinado a viviendas residenciales.
Lo mismo puede decirse de Suecia. A principios de los años ’90, el estatismo sueco entró en crisis. El gasto público crecía en términos reales mientras que, por tres años consecutivos, la actividad económica cayó. En solo cuatro años (de 1989 a 1993) las erogaciones públicas habían subido 10 puntos del PBI hasta el 68%. A partir de allí, un programa de reforma buscó mejorar las cuentas. El gasto cayó en términos reales 0,9% al año entre 1992 y 1997. La economía volvió a crecer.
Si, como se ve en estos casos, la reducción del gasto público no genera crisis, ¿por qué el gobierno no avanza por este camino?
El estado profundo
Una respuesta posible a la anterior pregunta es que el gobierno está repleto de economistas keynesianos. Es probable. Alfonso Prat Gay, ex ministro de hacienda, por ejemplo, citó a Keynes en octubre del año pasado cuando se le preguntó por este tema.
Ahora bien, incluso cuando estuvieran relativamente convencidos de las bondades de la austeridad, lo cierto es que les sería políticamente imposible implementarla. Es que en Argentina, a pesar de que vivimos en democracia, los verdaderos hilos del poder los conduce un “estado profundo”, donde intereses corporativos, sindicales y políticos confluyen para mantener el statu quo.
Si el gobierno amaga con reducirle fondos al cine, ahí estarán los actores para gritar en contra. Si se reducen los subsidios y suben las tarifas, las asociaciones de defensa del consumidor podrán el grito en el cielo. Si se despiden trabajadores estatales, los gremios harán paro y bloquearán las calles. Si baja el gasto en obra pública, las cámaras empresarias harán lobby destacando la “importancia estratégica de la infraestructura”.
A medida que crece el gasto público, crecen los grupos concentrados directamente beneficiados por el mismo. Se genera una red de corporaciones que luego presionan políticamente (y otras violentamente) para que nunca más baje. Es el “Estado profundo” que gobierna sin ir a las elecciones y destruye la economía.
Para reducir el gasto, el gobierno de Macri debe, primero que nada, despojarse de la idea de que esto sea perjudicial para la actividad económica y los pobres.
Pero, más importante, debe estar listo para enfrentar los intereses creados que no quieren que nada cambie en Argentina.
Este artículo fue originalmente publicado en Contraeconomía (Argentina) el 1 de junio de 2017 y en Cato Institute.
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