Hagamos a Argentina grande ahora
Jeremías Morlandi

Economía (UBA). Asesor financiero. Responsabilidad Social Empresaria en RM Holding Funds.




La campaña por las presidenciales brasileñas despertó pasiones. No solamente en la República Federativa sino en todo el continente. Es que la desgracia del Foro de Sao Paulo nos afectó a todos. Algunos países pudieron salir más temprano, otros todavía sufren bajo el yugo populista que lo caracteriza. La pobreza, el hambre y la miseria que se arrastrará por generaciones será el monumento recordatorio que gritará: Nunca más. 

Los medios de comunicación, en su mayoría cooptados por la progresía local, no salen de su asombro. De no ser por lo que se tuvo que pasar para llegar a esto, sería hasta casi divertido ver cómo los periodistas miran azorados los 57.7 millones de votos que Bolsonaro obtuvo en las elecciones de este domingo. 
 
Es allí donde encuentran refugio, en su análisis reduccionista. "Brasil le dice que no al PT", "Votar al menos malo", "Brasil votó por un xenofobo, nazi, fascista y misogino". Estas fueron algunas de las expresiones que le escuchamos a la prensa en su afán por explicar como erraron en sus pronósticos. No entienden como es que están perdiendo la batalla cultural es los lugares menos pensados. Y los aterra.
 
Están tan ciegos en su ideología o tan atados a su privilegios que prefieren pensar que 57.7 millones de personas se volvieron fascistas y xenofobas a pensar que por culpa de años de miseria y muerte un porcentaje de la población haya abrazo otra forma de pensar. Y de vivir. Es la fatal arrogancia progresista. 
 
Pero este análisis es un fiasco. Bolsonaro no llegó al poder sólo por el rechazo al Partido de los Trabajadores y al Foro de Sao Paulo. Bolsonaro hizo lo que Mauricio Macri - y otros- nunca se animó a hacer: decir la verdad, donde cuenta, en campaña. 
 
El presidente electo admitió, en campaña, que el sistema de reparto previsional estaba colapsado y que había que ir hacia una reforma e implantar la capitalización privada; expresó su disconformidad con el Mercosur y el hermetismo del bloque, así como su afán de comerciar libremente con todos los países que deseen hacerlo con Brasil; explicó el impagable tamaño del Estado y de la deuda pública; especificó que había que privatizar las empresas del Estado y reducir la cantidad de ministerios; incluso, se aventuró a dar su posición sobre el aborto, estando en contra; además se declaro a favor de la flexibilización del control de armas. 
 
Esto quiere decir que el pueblo brasileño no votó nada más que en contra. Si las propuestas de Bolsonaro fueran tan rechazadas como se creen, se hubiera elegido a otro candidato como estandarte en la lucha contra el Foro de Sao Paulo. Se lo eligió a él. Fue un voto en contra de la corrupción y la miseria del PT, pero también un voto a favor -y de confianza- a las políticas planteadas por Bolsonaro. 
 
¿Por qué en Argentina no ocurre lo mismo? ¿Qué sucede en nuestra mente que a pesar de que sabemos que hay cosas que están mal en nuestro país no respaldamos a los que las denuncian? O es que acaso, ¿nos creemos tan especiales que pensamos que podemos nadar contra la corriente y hacer lo opuesto a lo que hace el mundo pero obtener resultados parecidos? Esa es otra forma de definir a la locura. 
 
Necesitamos un candidato, y un equipo -debemos terminar con los líderes mesiánicos- que se anime a pararse frente al electorado y decirle aquello que no quiere oír. Que se anime a decirle que el sistema jubilatorio de reparto está quebrado; que este tamaño de Estado es impagable y que el Estado presente en cada parte de nuestra vida cuesta impuestos, que salen de sus bolsillos, y calidad de vida; que aquel que no quiere esforzarse para salir adelante no merece ayuda estatal; que nuestras leyes laborales son uno de los pilares del alto desempleo y que debemos cambiarlas y especificar que cambios se harían. Necesitamos un candidato que se anime a decir que la Corporación Política tiene privilegios que se tienen que terminar; que un delincuente no puede merecer más piedad que la victima; que si achicamos el Estado y bajamos los impuestos podremos liberar nuestro comercio y competir con el mundo; que no tema hablar a favor de capitalismo y el libre mercado; que explique la responsabilidad que conlleva la libertad. Necesitamos un candidato que, además, se anime a abrazar no sólo a la libertad económica sino a todas las libertades individuales, a sabiendas que su propia visión sobre como un individuo debe llevar su vida no es trasladable al resto.
 
No debemos subestimar al electorado. Explicándole la severidad de la situación y los beneficios de cambiar de verdad, la sociedad acompañará las medidas y podrán implementarse en la realidad. 
 
No podemos permitirnos ni un segundo más de especulación política ni mentalidades que no ven más allá de sus 4 u 8 años de mandato. Necesitamos a un candidato, y a un equipo, que se anime a hacer a Argentina grande ahora. Lo fuimos una vez y podemos volver a serlo.


 

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