Las elecciones de este año
Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.



Hemos comentado aquí muchas veces cómo, para los fascismos populistas, las elecciones se han convertido en las suplentes de las batallas; hay que ganarlas para imponerse al enemigo de modo inapelable: “te gané y me llevo todo, te destruyo, te humillo, no existís… lo único que sirve, lo único que vale, lo único que vive soy yo”.
Ese es el pensamiento castrochavista de Cristina Fernández de Kirchner. Ella se ha convertido (en realidad nunca fue otra cosa) en una maquinación andante para elucubrar maneras de cumplir ese objetivo de ganar las elecciones.
En ello funda luego la pretensión de intelectualizar la noción de que el único poder legítimo es el surgido del voto, entendiendo el resultado de éste como “voluntad popular”, como si ese voto reflejara el 100% de la opinión del pueblo.
Es redundante aclarar que el concepto de Estado de Derecho y de la mismísima democracia dista un abismo de semejante disparate.
Ambos han llegado de la mano del constitucionalismo liberal para garantizar las libertades de los ciudadanos justamente contra las extra limitaciones del gobierno que hubiera surgido del “voto popular”. Es decir, lejos de ser el “voto popular” un cheque en blanco para el ganador, es un simple expediente para desentrañar el misterio de quién va a ser el administrador del país, pero, por supuesto, no su dueño.
Este es el núcleo del pensamiento que el militarismo kirchnerista quiere demoler trasmitiendo la idea que lo único democrático es unas elecciones ganadas.
El repiqueteo sobre ese concepto es incesante. Es más, la comandante de El Calafate, en un arrebato de ignorancia que rivaliza seriamente por ser uno de los peores que lanzado al aire desde que la conocemos -y eso que hay varios de colección para elegir-, afirmó que el sistema -según ella nacido en la Revolución Francesa (en otra burrada histórica imponente)- es arcaico simplemente porque  “hace mucho que se inventó” y que por ese simple motivo había que reemplazar la idea de la división de poderes, las garantías constitucionales y los derechos civiles.
La señora naturalmente bascula sobre la ignorancia entendible de generaciones enteras de argentinos alejados de la educación cívica constitucional (alejamiento que fue provocado a propósito) que, por ese motivo, desconocen lo que para ellos significa la defensa de los derechos civiles y el peligro al que están expuestos si triunfara la tiranía del voto mayoritario.
Es curioso como la ignorante vicepresidente pregona, bajo la pátina del “modernismo”, el regreso a un sistema patriarcal que rigió al mundo en sus siglos más oscuros.
Pero lo cierto es que el adoctrinamiento de décadas han llevado a oleadas de argentinos a estar cerca de tener en su imaginación subconsciente la idea de creer que es “razonable” y que incluso “esta bien” que el que gana las elecciones pueda hacer lo que quiera, como si el 100% del pueblo se hubiera expedido en un sentido determinado.
Por todo esto las elecciones de este año son decisivas. La comandante lo sabe, por eso está dispuesta a todo. En su caso personal, además, tiene plena conciencia de que de ese resultado puede depender su viva en libertad o su vida en la cárcel.
Ya mandó a su hijo a llevar la demagogia a límites intolerables,  proponiendo no solo un no-ajuste de las tarifas de gas, sino una rebaja de esos valores especialmente dirigida a su electorado del conurbano bonaerense, esa invención de miseria peronista en donde hoy basa todas sus esperanzas.
Por el mismo motivo, bombardea con todos los misiles que puede un acuerdo del país con el Fondo Monetario. No acepta que esa audiencia electoral deba escuchar las noticias que, por ese eventual acuerdo, el organismo ejerza los poderes de auditoría económica que le abre la aplicación del famoso artículo IV de sus estatutos, y menos aún, que el gobierno deba aceptar ninguna ortodoxia económica.
Frente a este escenario de notorio peligro cabe preguntarse qué debe hacer la oposición. Pero no me refiero aquí a la oposición política. Me refiero a la oposición ciudadana.
Se ha planteado aquí una cuestión que puede tener una enorme influencia en el resultado.
Un conjunto importante de referentes libertarios ha concitado una enorme atracción pública en el último año. Es gente brillante, honesta, tiene convicciones que, si bien en muchos de ellos tienen un origen económico, tienen consustanciación con el pensamiento clásico de alergia al poder concentrado y de rechazo a la fuerza bruta mayoritaria. 
Por otro lado aparece la coalición que gobernó 2015 a 2019, con diferencias que disimulan para sostener el espacio unido aunque en él se adviertan ruidos que revelan cosmovisiones diferentes del mundo y del estilo de vida que se prefiere para el país.
De nuevo, entonces, ¿qué debe hacer el ciudadano? ¿Qué debe hacer usted, que está leyendo esto?
Muchos al día de hoy -en mucha medida en las redes sociales- le recriminan a los “genios del voto” lo que está ocurriendo en el país como consecuencia de que una banda  esencialmente delincuente haya tenido la oportunidad de regresar al poder.
Hay mucha parte del pueblo que sigue sin entender cómo una organización que saqueó  a los argentinos y al país pudo regresar al gobierno con el endoso de una voluntad que se impuso en unas elecciones. No importa que el resultado no haya sido aplastante. El solo hecho de que un conjunto de probados delincuentes haya recibido el visto bueno mayoritario sencillamente no se entiende.
Está claro que parte de la explicación hay que buscarla en la pobre gestión económica del presidente Macri. Ese preciso costado de su gobierno fracasó completamente. 
La demagogia peronista explotó al máximo esa circunstancia con los versos del asado y la heladera llena y la tristemente sobornable sociedad argentina (o al menos la
parte de la sociedad que le dio el triunfo al kirchnerismo) decidió la suerte de la elección.
¿Qué hay que que hacer ahora? ¿Deben tomarse estas elecciones como una batalla? ¿Qué debe hacer el ciudadano opositor? 
Son interrogantes previos a uno aún mayor: ¿que debería hacer la oposición política si gana?
Luego del triunfo de Isabel Díaz Ayuso en Madrid, algún sector al menos de Juntos por el Cambio, siguió sus lineamientos comenzando a plantear con claridad una opción sin tapujos entre libertad y comunismo. No hay dudas de que ese es el camino: forzar la expresión pública de un enfrentamiento que es el que expresa la diferencia entre la servidumbre y el Derecho.
Sin embargo -quizás con razón, porque fueron ellos los primeros en hablar claro en ese sentido- muchos referentes de ese movimiento libertario en ciernes alzaron su voz, no en discordia, pero sí en advertencia de que en Juntos por el Cambio subyacen muchos personajes que no se sabe si tienen del todo claro ese discernimiento entre un país que tenga en su centro decisor al Estado o al ciudadano individual y libre.
Quizás el primer deber tanto de la oposición política como de la oposición ciudadana sea asegurar que las elecciones sucedan. Porque el gobierno ha dado sobradas muestras de utilizar la pandemia del coronavirus como una excusa para profundizar su totalitarismo. 
Suspender las elecciones sería lograr una especie de acto sublime en el altar de la autocracia. Nadie que conozca a esta banda de fascistas puede desacatar nada cuando de obtener un objetivo bélico se trate.
Y las elecciones son eso para ellos.

Publicado en The Post.


 

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