El Fondo Monetario se coló en el último tramo de la campaña
Sergio Crivelli


Las últimas semanas de campaña antes de las PASO tuvieron al FMI como protagonista, lo que impacta directamente sobre el oficialismo y exhibe sin maquillaje la debilidad de Sergio Massa, el ministro-candidato al que Cristina Kirchner debió resignarse tras perder el control de la economía y del peronismo.
Se suponía que su capacidad de “lobbying” era garantía para un entendimiento rápido e incruento con el organismo, algo que finalmente no ocurrió. Después de largos cabildeos el domingo pasado hubo una declaración conjunta sobre un principio de acuerdo en torno a “objetivos y parámetros” macroeconómicos a la que siguieron una serie de medidas que representaron una devaluación indirecta, algo por lo que el Fondo venía presionando desde hacía meses.
En medio de disposiciones sobre dólares preferenciales para la exportación e impuestos para las importaciones el “blue” pasó cómodo los 550 pesos por unidad. Ahora se espera que esas medidas se trasladen a los precios. Hay consultoras que en privado pronostican que el IPC de los próximos meses volverá a situarse por encima del 8%.
La respuesta del Fondo a las medidas de Massa se conoció anteayer con un acuerdo técnico para pagar los vencimientos que amenazaban dejar en seco las reservas del Banco Central. Fue un claro ver para creer. También le prometieron US$ 7.500 millones a entregar en agosto para reforzar las reservas. Pero será después de las PASO y de ver si Massa cumple con sus promesas.
El accionar sigiloso de los burócratas de Washington es reflejo de su desconfianza. No sólo los votantes le creen poco al candidato de Cristina Kirchner.
En suma el acuerdo evita la crisis cambiaria por evaporación de reservas, pero la situación financiera sigue siendo delicada. El Fondo no le dio al gobierno todo lo que pedía pero no lo estrangulará en un año electoral. No hay fondos adicionales; con los 7.500 millones tampoco se podrá intervenir en el mercado cambiario salvo excepciones.
Hasta ahí el trámite de la deuda con el acreedor más importante del país. De cara a sus apoyos internos en el “establishment” a Massa no le fue mucho mejor. Los empresarios de AEA y de la UIA rechazaron el impuesto a las importaciones por su carácter distorsivo. Ya no tendrán más dólares a precio de remate.
El mercado cambiario por su parte reaccionó bien: las cotizaciones diferenciales para productos del agro le permitieron al Central comprar dólares en lugar de vender, pero eso también será inflacionario, porque la contracara de esas reservas es la emisión y el aumento del déficit cuasifiscal.
Con la desenvoltura que lo caracteriza Massa culpó a Mauricio Macri de haber tenido que someterse a las exigencias del FMI. Pero su pasmosa interpretación de lo ocurrido no paró allí. También acusó a la oposición de “intentar trabar el acuerdo, entendiendo que de alguna manera si le hacían daño al acuerdo le hacían daño a la Argentina”.
Dijo esto después de haber visto en marzo del año pasado en la Cámara de Diputados como la oposición votaba a favor el acuerdo con el FMI mientras Máximo Kirchner y la Cámpora lo hacían en contra. Esa ley también fue votada favorablemente en el Senado por Juntos por el Cambio mientras Cristina Kirchner desaparecía de la presidencia y el inefable Oscar Parrilli lo hacía en contra.
Ante estas torpes fabulaciones se entiende por qué la palabra del candidato-ministro vale tan poco que tiene que pagar por adelantado y con reservas al límite de la catástrofe los vencimientos del FMI.
Pero en medio de tanta desventura Sergio Massa tiene algo a favor: la oposición que se desgasta en una batalla interna en la que, por ejemplo, Horacio Rodríguez Larreta prefiere embestir contra Patricia Bullrich antes que contra el candidato gubernamental. Lo hizo, por ejemplo, a través de críticas a la idea de Bullrich de recurrir al respaldo del FMI para eliminar rápidamente el cepo cambiario después del 10 de diciembre. El equívoco uso de la palabra “blindaje” le dio la oportunidad para fustigar a Bullrich en lugar de hacer campaña contra el candidato oficialista (ver “Tres puntos abajo”).
Esa conducta autófaga explica en buena medida la falta de atractivo de la oposición pese a que el electorado en su 70% considera al gobierno malo o muy malo. Explica por ejemplo la derrota de Luis Juez en Córdoba y de Rodrigo de Loredo en la capital de la provincia el domingo pasado. Rodríguez Larreta coqueteó con Juan Schiaretti en lugar de jugar con sus candidatos propios que enfrentaba al peronismo cordobés.
La oferta opositora queda de esa manera reducida a dos candidatos del PRO completamente antagónicos. Uno antipopulista y otro que quiere ponerse al frente de un populismo “sofá” nutrido de radicales. Pero los dos tienen algo en común: a la luz de la encuestas su grado de confiabilidad no es muy distinto del de Massa.


Publicado en La Prensa.

 

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