Crisis y renacimiento de una nación. La nueva Argentina de Milei

Renato Cristin
Renato Cristin, filósofo italiano, profesor en la Universidad de Trieste.
Aún no sabemos si Javier Milei ganará las
elecciones, pero una cosa es segura: Argentina ya no será lo que era antes,
porque con Milei y Victoria Villarruel se desbloquearon muchos temas y
conceptos que hasta hace apenas unos meses eran literalmente un tabú: no se
podía hablar bien del liberalismo, porque inmediatamente quien lo hiciera era
tildado de imperialista, capitalista, esclavo de los "gringos",
enemigo del pueblo; no se podía mencionar el conservadurismo, que los partidos
principales desprecian como tradicionalismo de ultraderecha e incluso
militarismo golpista; estaba mal visto hablar de iniciativa privada ‒industrial
o artesanal‒ considerada por el mainstream populista como expresión de egoísmo
individualista y explotación de los trabajadores; y no podrían ser recordadas las
víctimas del terrorismo de izquierda, porque ‒es lo que se cree corrientemente‒
en la izquierda sólo habría habido movimientos angelicales, perseguidos por la
violenta derecha y que, por tanto, se habrían visto forzados a levantarse en armas
para defenderse a sí mismos. Hoy se ha empezado a hablar de todo esto, a rasgar
el velo de la demagogia y la mentira, y de este avance no habrá retroceso,
independientemente del resultado electoral.
Gracias a Milei y Villarruel, la Argentina
será mejor en cuanto a conciencia política de los ciudadanos, en cuanto a posibilidad
de hablar y aplicar los principios del liberalismo y los valores del conservadurismo,
y por lo tanto seguramente será más libre, y con Milei como presidente también
será infinitamente más estable desde el punto de vista económico y social. Pero
la situación actual del país es indudablemente dramática. Una crisis
económico-financiera quizás incluso más grave que la que en 2001 llevó al país
a una devastadora quiebra lo viene azotando, hasta tal punto que hoy muchos
analistas hablan de un default anunciado o incluso inminente. Es de esperar ‒en
primer lugar por el bien de los argentinos, pero también por el ya difícil
equilibrio del sistema económico-financiero occidental y, por ende, por la
seguridad del complicado sistema geopolítico occidental‒ que no sea ese el
resultado de la crisis actual. Pero es cierto que después de más de veinte años
de gobierno izquierdista, interrumpido únicamente por el gobierno de
centroizquierda de Macri de 2015 a 2019, Argentina se encuentra extenuada, al
límite de su fortaleza económica y psicológica, sacudida por un nivel de
inflación que supera el 120 por ciento anual; desorientada por medidas
gubernamentales que rozan el desquicio (como por ejemplo el concreto
impedimento de que los ciudadanos compren productos del extranjero, las fuertes
restricciones cambiarias o el aumento casi exponencial de las subvenciones
públicas a expensas de los contribuyentes privados, cada vez más escasos y más
pobres); chantajeada por sindicatos que parecen comités de negocios, lo
suficientemente poderosos como para imponer cualquier abuso, incluso la apropiación
de fábricas o empresas; atemorizada por una criminalidad que ‒con la
complicidad de una legislación hiperpermisiva y un debilitamiento de las
fuerzas policiales‒ se extiende por todas partes, haciendo de la seguridad una
cuestión trágica, tanto como la económica.
La triple presidencia consecutiva de Néstor
Kirchner y su esposa Cristina, de 2003 a 2015, y el cuatrienio peronista que
está a punto de concluir a fines de 2023 ‒en el cual se inserta además la
irracional y devastadora gestión de la pandemia (paralizaciones interminables e
inútiles, que obligaron a miles de empresas sanas a cerrar sus puertas)‒, han
definitivamente dañado la maquinaria productiva y el aparato social de un país
que ya estaba profundamente marcado por la deshonestidad política y la corrupción
rampante (Argentina está en el puesto número 78 en el ranking mundial que
comienza con la nación menos corrupta). Extraño declive de una nación que en
1895 tenía el PIB más alto del mundo, que posee enormes recursos naturales,
vastos territorios, un alto nivel cultural y una población con un gran espíritu
de iniciativa.
La explicación de esta desalentadora
decadencia radica principalmente en la distorsión con la que su clase política
ha venido concibiendo el Estado o el bien público: el interés nacional
subordinado al interés personal; las riquezas estatales utilizadas como cajeros
automáticos para llenarse los bolsillos; la política como medio para obtener
botín incluso más que como herramienta para imponer una ideología; en
definitiva, la ética sustituida por el chicharrón (“la cotica”), diría Enrico
Montesano. Patologías que por cierto están muy difundidas en el mundo, pero que
en Argentina han tenido efectos excepcionalmente perturbadores, porque en
conjunto han contribuido a hacer de ella un país en el que, como escribió
Mariano Grondona, refinado politólogo y uno de los más brillantes intelectuales
argentinos,"la burocracia ha intentado reemplazar a la burguesía mediante
el estatismo o subordinarla mediante el asistencialismo”: un intento infame y,
lamentablemente, exitoso. Así nació la parálisis progresiva que hoy atenaza a
la nación más "europea" de América Latina.
Para designar este mecanismo perverso del
sistema burocrático-político, Emilio Perina, profundo conocedor de los
laberintos del poder, había acuñado en 1981 una expresión icónica: “la máquina
de impedir”, esa máquina que se activa para impedir que se activen quienes
quieren producir. Un colosal armatoste que controla y asfixia no sólo la
actividad emprendedora sino cualquier otro ejercicio socioeconómico: en eso se
ha convertido paulatinamente el Estado argentino. Las similitudes con
realidades nacionales como Italia o algunos otros países europeos son muchas y
notables, pero hay que reconocer que el engranaje político-burocrático-asistencialista
argentino es difícil de igualar en sus efectos paralizantes.
Y es precisamente en esta realidad
hiperinflacionaria, económicamente deprimida, culturalmente narcotizada y
socialmente explosiva ‒víctima del kirchnerismo, el sindicalismo, el progresismo,
el marxismo y lo políticamente correcto‒, que el candidato liberal,
"liberista" y libertario Milei viene conduciendo, junto a la
conservadora Vicky Villarruel, una campaña electoral que podría ser decisiva
para el renacimiento o el hundimiento definitivo de su nación.
Las del 22 de octubre no serán unas elecciones
presidenciales como las demás, reñidas y difíciles, pero siempre en un contexto
de diferencias no enormes entre los principales contendientes. Hoy las
diferencias entre Milei y los demás candidatos son abismales, no sólo visiones
diferentes, sino mundos diferentes. Por lo tanto, Milei representa la
posibilidad de un cambio diametral, de un cambio total de rumbo, una
oportunidad casi única para un país que de otro modo corre el riesgo de transformarse
en una Venezuela austral, económica y políticamente. No estoy dramatizando: este
es verdaderamente el riesgo que corre hoy un país potencialmente capaz de estar
a la par de muchas naciones avanzadas, pero en realidad tan atrasado ‒en el
sentido descrito anteriormente‒ que suscita tristeza e indignación.
Ahora la victoria de Milei ya no es tan
impensable como hace apenas unos meses, al contrario, es altamente probable,
tan es así que el sistema, que Milei define como "la casta", está
jugando todas sus cartas, incluso con trampas, para intentar evitarlo. Pero
mientras tanto, como primer paso, contra todas las encuestas más reñidas, el 13
de agosto Milei ganó las primarias presidenciales (las PASO) con un
esperanzador 30 por ciento, tras las cuales vemos una serie de eventos para
entusiasmar a los electores ya convencidos y sensibilizar a los que aún no lo están,
con las encuestas mostrando una diferencia de al menos diez puntos con respecto
a los otros dos candidatos con los que competirá en octubre.
En Italia, gran parte de la prensa y de los
observadores lo han clasificado como populista, neofascista o peronista de
nueva generación. Definiciones incorrectas, falsas e instrumentales. Milei
sigue las enseñanzas de Friedman, Hayek y Mises y, por tanto, imagina para su
país un renacimiento general al estilo del monetarismo friedmaniano, el
liberalismo hayekiano y el liberalconservadurismo de Mises. Centroderecha
liberal, nada que ver con populismo o fascismo. Propulsión productiva, no
peronismo. Libre mercado en un libre estado, y al mismo tiempo máxima libertad
de iniciativa y mínima intervención estatal.
De hecho, liberar la iniciativa privada
significa liberar a todo el país de las ataduras con las que un poder
totalmente autorreferencial, en pleno delirio de un control social que se
convierte en control surreal (un ejemplo entre muchos: hoy para pedir un
presupuesto en un comercio de cualquier tipo hay que mostrar incluso el
documento de identidad), y que se hace vehículo de corrupción desenfrenada, viene
exasperando absurdamente la vida cotidiana y subyugando a la población, la cual
por necesidad se va acostumbrando a cualquier tipo de vejación, pero que al
mismo tiempo, por el contrario, empieza a hablar de libertad, no sólo la formal
e ideal de la Constitución, sino la efectiva, concreta; la libertad ocultada
por un poder saqueador de riquezas y secuestrador de conciencias, la
libertad negada.
Liberar la mente de las personas significa
dejarles las llaves de su propio destino, con toda la responsabilidad que esto
implica; liberar la iniciativa privada significa incentivarla y, por tanto,
liberar a la sociedad misma, devolviendo a los ciudadanos la dignidad y la
autonomía que les han sido arrebatadas durante décadas de abuso político y
burocrático. Pero el libertarismo integral de Milei no es sólo una defensa incansable
de la libertad individual, sino también una forma practicable de unir al
individuo con su nación, la cual no se entiende aquí ni como un estado
mercantil cerrado ni como un territorio abierto en el que cualquiera pueda mandonear,
sino como un lugar donde un pueblo pueda desplegar su propia identidad al relacionarse
con las de otras naciones amigas o incluso simplemente interlocutoras.
Este parece ser el plan de renacimiento
que Milei y Villarruel tienen en mente para Argentina. Es posible que el sistema
burocrático y sindical obstaculice su plan por todos los medios, incluso los
menos lícitos, por eso será decisivo que ambos puedan contar no sólo con el
apoyo activo de sus electores, sino también con el apoyo leal de otros partidos
razonablemente cercanos. Que Milei salga victorioso del desafío electoral de
octubre y pueda implementar su programa de gobierno es clave, no tanto para él,
porque la edad está de su lado y en cualquier caso podría presentarse dentro de
cuatro años, sino para su país, el cual ya no puede esperar un cambio de marcha
que aún no se ha producido y que nunca ha sido tan cercano y posible.
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