Massa arrastra la herencia “K”, pero enfrenta una derecha amateur
Sergio Crivelli


A dos semanas de la votación la lógica del balotaje funciona a pleno: la polarización es completa y muestra a Sergio Massa y Javier Milei con chances parejas. Eso dicen la encuestas y, si no se cree en encuestas, también lo dice la dirigencia política, si no con palabras, al menos con una actitud de extrema prudencia ante la incertidumbre.
Por ejemplo, tanto los gobernadores de la UCR, como el jefe de gobierno porteño, Jorge Macri, se negaron a adelantar un pronunciamiento de apoyo al libertario. En el caso de Macri, eso ocurre a pesar de que su primo está haciendo campaña muy activamente a favor del candidato de LLA.
Por esta circunstancia los medios machacan para satisfacción del oficialismo con la ruptura de Juntos por el Cambio, pero en realidad se quedan cortos. JxC se rompió el día en que perdió como líder-candidato a Mauricio Macri. Lo que se está rompiendo ahora son el radicalismo y el PRO.
El partido de Alem e Yrigoyen tiene una fracción sin poder territorial que ha sido reclutada por Massa (Morales, Lousteau, Yacobitti) y otra (Valdés, Cornejo, Zdero, etcétera) que controla el poder en sus respectivos distritos pero que ha quedado entre dos fuegos. Por un lado no puede enfrentar a Milei, porque el libertario está en condiciones de ganar en sus provincias y dejarlos en “off side”, pero por otro tampoco pueden hacerlo con Massa, que maneja la caja de donde salen los recursos que les aseguran la gobernabilidad.
Para los gobernadores no peronistas el problema es especialmente complejo, porque si Massa llega a la Casa Rosada, financiará en cada provincia opositora a un dirigente peronista que le dé batalla al gobierno local. Resultado: todos predican la neutralidad, aunque ante un balotaje esa alternativa no exista en los hechos. Se supone que aportarán fiscales para evitar el robo de boletas o el vuelco de padrones contra Milei, pero nada por ahora lo asegura.
Además de jugar con la ventaja de la enorme maquinaria electoral del peronismo Massa cuenta con un adversario surgido de la nada y vulnerable a través de sus segundas líneas. No sólo generan dudas sus propuestas económicas de escasa viabilidad, sino que tiene de voceros a dirigentes con experiencia nula que se enredan solos como la diputada electa Diana Mondino que un día incurre sin necesidad en disparatadas disquisiciones sobre la venta de órganos y al siguiente hace comparaciones gratuitas e inconvenientes a propósito del matrimonio igualitario y los piojos. Todo esto con el agravante de que su nombre suena nada menos que para manejar las relaciones internacionales del país.
Pero la cuesta que debe remontar Massa no es menos empinada por el amateurismo de su adversario. Dos factores principales juegan en su contra. El primero es la irrupción de Mauricio Macri en la campaña para encolumnar detrás de Milei a todos los descontentos por la crisis.
El ex presidente vio venir el fracaso de Patricia Bullrich y se mantuvo a distancia de la campaña. Pero apenas su candidata quedó fuera de juego, abandonó el bridge para ponerse al frente de la campaña del libertario y recorrer los canales de televisión en defensa de su candidatura. Intenta sumar a sus seguidores con los de Milei porque estadísticamente representan más de la mitad del electorado. Hay que ver si el resultado aritmético se verfica en el terreno político. La derecha profesional que representa es parte del sistema, mientras que la amateur que sigue a Milei, lo rechaza. El resultado del mestizaje representa por lo tanto un misterio.
No lo es, en cambio, el agotamiento del modelo económico sobre el que se fundó el kirchnerismo y que le permitió un duradero éxito electoral. Cayó ante Macri en 2015, pero volvió en el 19 y amaga repetir en el 23.
Ese esquema está exhausto y ha castigado al candidato oficialista durante toda su gestión al frente de la economía. Su último “aporte” a la campaña fue la falta de combustible con largas colas y desabastecimiento a tres semanas de la votación. Hubo imprevisión injustificable en los funcionarios, pero también una falta terminal de dólares que trabó la importación.
El Estado está fundido, el Banco Central, sin reservas y las principales variables macroeconómicas, fuera de control. Massa intentó captar dólares mejorando el tipo de cambio exportador pero la cosecha de divisas fue decepcionante. La deuda de la autoridad monetaria en bonos y letras es impagable y el ritmo de emisión, insostenible.
Massa no puede ignorar esa realidad, pero a 15 días de la segunda vuelta no hay otra alternativa que los parches y cruzar los dedos para que la inflación de octubre, que se conocerá el 13, dé menos de dos dígitos. Ya demostró que la crisis económica no tiene costo electoral para el peronismo. En la primera vuelta sacó 45% de los votos en la provincia de Buenos Aires. Difícilmente eso cambie en la segunda.

Publicado en La Prensa.
 

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