Confrontación sindical y rechazo político a las reformas de Milei
Sergio Crivelli


La profundidad de la crisis económica y las medidas draconianas que el gobierno propuso para superarla derivaron en un escenario de conflicto tan riesgoso como insólito por lo prematuro. El presidente Javier Milei lanzó una ofensiva de despliegue rápido porque sabe que tendrá que comenzar a mostrar resultados en dos o tres meses a más tardar a causa de los padecimientos graves que sufre la sociedad.
Sin nada que ofrecer en lo inmediato, lo único que le queda es generar expectativas favorables, algo poco probable si como se prevé la inflación de este mes llega al 35% y la del próximo a un número parecido.
Con el horizonte cercano amenazado por la estanflación, solo le queda mejorar el ánimo social con el mediano plazo.
En ese marco y con la oposición peronista derrotada hace pocas semanas en las urnas promulgó un decreto de necesidad y urgencia que ya comenzó a regir y que afecta intereses corporativos, entre ellos los de los sindicalistas. La reacción de la CGT fue instantánea. Primero armó una movilización a los tribunales y acto seguido llamó a un paro general para el día 24.
La prudencia inicial de los caciques gremiales para eludir el conflicto se transformó de manera súbita en una actitud combativa de resultado político incierto, porque vienen de una absoluta pasividad durante los cuatro últimos años de gobierno kirchnerista. Cuatro años en los cuales el salario perdió capacidad adquisitiva hasta el punto de que hay trabajadores en blanco por debajo de la línea de pobreza.
Pero los líderes cegetistas no tienen un electorado al que rendir cuenta y sí, en cambio, intereses corporativos afectados por las reformas de Milei. Si a algo no le temen es a los problemas de imagen. Saben, además, que con su hostigamiento pueden generar un impacto negativo en una economía en estado crítico.
El termómetro de los mercados muestra que los dólares financieros están empezando a subir, el riesgo país anda por los 1.900 puntos y lo que predomina es la incertidumbre. La agitación en la calle y las amenazas sindicales empeorarán el clima de negocios. Con eso amenazan.
Como la rebaja del impuesto a las ganancias no fue enviada al Congreso se creyó en principio que había negociaciones reservadas, pero la convocatoria al paro dio por tierra con esa hipótesis. El frente con el sindicalismo quedó abierto.
Otro frente quedó abierto en el Congreso, pero ahí el conflicto es más difuso. En primer lugar, la estrategia de Milei ha consistido en intransigencia y descalificación. Envió un megaproyecto que promete un trámite engorroso por lo que su debate en Diputados es de una extensión impredecible.
Cuando el anterior gobierno quedó en minoría prácticamente cerró el Palacio de las Leyes. De manera menos ostensible, Milei aspira a hacer algo similar. Apuesta a que hasta por lo menos marzo el Legislativo no termine de pronunciarse sobre las reformas que propone. La Corte ya le concedió ese plazo.
En el Parlamento juega con algunas ventajas. El PRO, el radicalismo y la tropa reunida por Miguel Pichetto, difícilmente puedan votar junto al kirchnerismo para voltear la megaley. Muchos de sus votos se los llevó Milei el 19 de noviembre y hacer causa común con Máximo Kirchner sería un suicido electoral. Varios gobernadores peronistas ya lo entendieron. Por eso Milei los desafía llamándolos “coimeros”. Representan a la “vieja política” y no le interesa seducirlos. O eso aparenta.
En el Senado la situación es distinta. Victoria Villarruel con sólo siete senadores de LLA ha optado por la negociación y no le fue mal hasta ahora. Abrió el juego, cedió lugares en comisiones y arrinconó al kirchnerismo. Esta semana se prepara para asestarle un nuevo golpe, dictaminando el proyecto de boleta única de papel, cajoneado por Cristina Kirchner largamente.
Las estrategias contradictorias muestran un rasgo sobresaliente del gobierno: la continua improvisación. Pero la compensa con otros factores favorables como la fragmentación opositora, su falta de liderazgo y de un plan alternativo. Por eso los opositores no terminan de sobreponerse a una sorpresa cuando ya los golpea la siguiente.
Además, Milei cuenta con la enseñanza de malas experiencias de cambio de otros presidentes. Raúl Alfonsín quiso acabar con la corporación sindical con una ley y perdió en el Senado. La herramienta obvia era un decreto. Mauricio Macri hizo un ajuste gradual, pactó con “la casta” y también terminó mal.
El libertario no es un político, ni siquiera “sui generis”, sino un fenómeno difícil de decodificar. Resulta ilustrativo compararlo con un político tradicional como Néstor Kirchner que decía “no se fijen en lo que digo, sino en lo que hago”. Con similar franqueza Milei podría decir “fíjense bien en lo que digo, porque lo hago”.

Publicado en La Prensa.

 

Últimos 5 Artículos del Autor
[Ver mas artículos del autor]