Los hombres y las ideas
Gabriel Boragina

Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas). Autor de numerosos libros, entre ellos: La credulidad, La democracia, Socialismo y Capitalismo, La teoría del mito social, Apuntes sobre filosofía política y económica, etc. como sus obras más vendidas.



Muchas ideas caen en desprestigio cuando su práctica demuestra que no cumplen con los propósitos en que se basan. Es lo que ha ocurrido repetidamente con el marxismo. Diferentes personajes han intentado poner en ejercicio real sus postulados, tanto hombres bienintencionados como sus contrarios y, sin embargo, pese a las mejores intenciones, los resultados siempre han sido -más tarde o más temprano- negativos.
En otros casos, como el argentino del momento, se pregonan las ideas de una doctrina a la que se señala "adherir" y estar ejecutando, pero, sin embargo cuando se analizan los pasos dados, y los que se anuncian que se van a dar, puede advertirse que los mismos son opuestos o incompatibles (parcial o totalmente) con la teoría que se expresa defender y "estarse aplicando".
 Esto produce un doble descrédito. Por un lado, se desacredita la persona concreta que dice una cosa pero ejecuta su opuesto u otra distinta y, por el otro, se denigra ese sistema que el mismo sujeto indica que está llevando a cabo "fielmente".
Ahora bien, como explicamos tantas veces, el liberalismo es el único ideario que beneficia sin excepción a todo el mundo. Cualquier otro sistema diferente a él siempre producirá ganadores y perdedores, si bien en distintas proporciones.
Naturalmente, los que pertenezcan al bando de los beneficiados estarán muy contentos y felices con las políticas que los eleven económicamente y, por consiguiente, apoyarán al líder que explica que, gracias a esas políticas y la escuela que subyace en ellas, esos beneficiados lo son.
Por el contrario, los que se vieron perjudicados tenderán a condenar, tanto a ese líder como a sus políticas aplicadas y, por carácter transitivo, a la disciplina sobre la base de la cual se proclamó que se adoptaron las medidas en cuestión.
Esta consecuencia no permite diferenciar un intervencionismo de otro, ya sea que se intervenga en nombres de la izquierda o en el de la derecha. Por eso, L. v. Mises acertó en distinguir claramente el intervencionismo de cualquier signo con su único opuesto, el liberalismo o capitalismo como también dijo
Y lo que hay hoy en la Argentina es sólo eso, un intervencionismo de derecha, pero con notorios rasgos de fuerte populismo por la presencia de un "líder" único a quien hay que seguir y acordar con él, so pena de lo peor.
Dado que ese "líder" exterioriza "levantar las banderas del liberalismo", esto produce, sin duda, un enorme daño, no sólo a los que no discuten, ni controvierten (por ignorancia, temor o por deliberada complicidad) ese falso discurso, sino que perjudica de manera mucho más gravosa al ideario liberal en sí mismo, que queda, de ese modo, completamente estigmatizado delante de la sociedad.
Esta lamentable secuela radica en confundir al hombre con sus ideas y creer que se tratan de una sola y misma cosa. Lo que lleva a otro error mayúsculo: interpretar cualquier conducta de esa persona como ramificación de las ideas que predica pero no practica.
Un paralelo famoso, y muy conocido de lo dicho, es el caso de la secta de los fariseos en el tiempo de Jesucristo, cuyo comportamiento mereció su fuerte y frecuente condena. Tergiversaban no sólo la letra de la ley sino que, en sus propias acciones, no se conducían conforme a la misma, excepto en sus aspectos menores y puramente exteriores, aparentando estar "cumpliendo" con lo que, en el fondo, no creían.
Salvando las distancias de tiempo y materia, lo mismo es aplicable a cualquier teoría y, por supuesto, no escapa a esta regla el liberalismo del que tratamos.
Lo que nos preocupa no es el deslustre personal de los transitorios protagonistas (pasados, presentes o fututos) de tal farsa (sea consciente o inconsciente esta última). Lo realmente lamentable son las consecuencias sociales, tanto en su aspecto material como intelectual.
Ello, dado que una teoría a la cual se le atribuyen efectos que, a la postre, se demuestran como malsanos no permitirá en el futuro su reproducción por parte de gente que la conozca al detalle, la domine, comprenda y la aplique de la manera correcta con el intento y el efecto de verificar sus excelentes derivaciones.
Como tantas veces referimos, en Argentina es la segunda vez que está aconteciendo lo mismo. La primera sucedió durante el gobierno de Carlos Menem que, alegando estar aplicando lo que le gustó en llamar una "economía popular mercado" (que –además- contó con el apoyo de ciertos liberales de renombre) pero cuya implementación se combinó con el tradicional intervencionismo económico, produjo los efectos previstos por los economistas austriacos, como el tantas veces citado L. v. Mises.
Al no existir un conocimiento pleno y una convicción social profunda en lo que se trataba y estaba llevando a cabo, el que –dígase de paso- tampoco estaba en la persona del propio presidente y el resto del gobierno, los corolarios adversos fueron atribuidos tanto a su persona como al fracaso del liberalismo como tal. La resulta fue -como se sabe- el retorno de un intervencionismo de signo contrario, y se entendió estar necesitando girar a la izquierda después de que "la derecha había tenido su oportunidad”.
Un camino idéntico parece que se está reproduciendo en la actualidad con el gobierno de "La libertad avanza", con la diferencia que el anunciado a los cuatro vientos libertarianismo, declamado porfiada y ardorosamente en la campaña, aparenta haberse descartado.
El temor de un genuino liberal es que la experiencia actual sea más breve y más traumática que la anterior señalada, y que el liberalismo, por haberse identificado con solamente una persona que en rigor no lo representa salvo en la pura perorata, después de esta, resulte definitivamente descartado por completo y en forma absoluta, aunque siempre exista la humana tendencia a repetir los mismos errores cometidos en el pasado.
A ello contribuye el sistema constitucional y jurídico argentino basado y construido en sólidos fundamentos contrarios al liberalismo, especialmente luego de la desastrada reforma constitucional de 1994 que, tergiversó el sustrato liberal tradicional que tenía la originaria inspirada en las ideas de Juan Bautista Alberdi.
 
 

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