Para salir de la decadencia es mejor mirar a Irlanda que dejar todo tal cual está
Jaime Correas
Ex Director General de Escuelas de Mendoza y miembro de la Coalición por la Educación.
"Algo anómalo puede
ser paradigmático".
Carlo Guinzburg, en
"El queso, los gusanos y la revolución de la microhistoria",
entrevista de Mariano Schuster en Nueva Sociedad, marzo de 2024
"No me voy a
conformar con ser como Alemania, quiero ser como Irlanda".
Javier Milei, ante
empresarios en el Foro Llao Llao, 19 de abril de 2024
La semana pasada, el
recuerdo del ensayo "La invención de la Argentina" de Nicolas Shumway
llevó por sugestivos caminos de reflexión. Es curioso porque el libro, a más de
tres décadas de su aparición en español, va por la edición número 30 y sigue
presente en las librerías argentinas. En 2011, su autor publicó "Historia
personal de una pasión argentina", una suerte de apéndice donde cuenta
sabrosas circunstancias de su relación con el país. En un tramo, recordando su
obra, apunta tres premisas: "Primero, creo que las ideas son formantes.
Con eso no niego que las ideas salgan de un contexto socioeconómico, pero me
parece un error atribuir todo a las bases materiales. Es decir, para mí, las
ideas son formadas dentro de un contexto social, pero al mismo tiempo las ideas
ayudan a formar esa sociedad... Segundo, creo en la importancia de las
personalidades. Me maravillan esos estudios hechos por algunos historiadores,
antropólogos y politólogos que hablan de todo, menos de la gente, como si el
precio de la lana en 1845 fuera más importante que el hecho de que un personaje
tan singular y brillante como Sarmiento hubiera publicado el Facundo ese mismo
año... Y tercero, creo en la metodología del close-reading, que trata de
entender los textos por lo que dicen y por lo que no dicen, por sus
afirmaciones y por sus silencios".
En tiempos en que Juan
Bautista Alberdi alumbraba "Bases y puntos de partida para la organización
política argentina", que sería la inspiración de la Constitución Nacional,
tuvo una ácida disputa con Domingo Faustino Sarmiento. El sanjuanino le dedicó
a Alberdi su libro "Campaña en el Ejército Grande", que era un ataque
a Urquiza, quien acababa de hacer caer a Rosas, algo que ambos habían
propugnado y celebraban. A través de una serie de cartas, conocidas como
"Cartas quillotanas" las del tucumano y "La ciento y una"
las sarmientinas, intercambiaron argumentos y se sacaron chispas sobre cómo
había que enfrentar el futuro. No fueron amables, sino todo lo contrario, y eso
los distanció por mucho tiempo. Eran dos hombres claves que reunían las
condiciones que Shumway visualiza: tenían ideas formantes y personalidades muy
complejas. Ambos influyeron en la historia argentina como pocos, de ahí que el
análisis de sus encuentros y desencuentros pueda ser tan rico. Alberdi, después
de este proceso, se marchó a un largo exilio y nunca tuvo tareas ejecutivas.
Sarmiento vivió un sinuoso periplo de casi quince años que lo llevó al fin a la
presidencia. Fue un artífice principal de la construcción del Estado nacional y
de buena parte de lo fundante de la Argentina moderna. El historiador estadounidense
en uno de los capítulos más notables del libro, "Alberdi y Sarmiento, el
abismo que crece" toma partido por el tucumano. Considera que la polémica
de las "Cartas quillotanas" se proyecta en el futuro. Para él,
Alberdi esquiva lo que llama "ficciones orientadoras" de desunión que
imperaban en ese momento. A Sarmiento lo ve anclado en su pelea personal. Según
su análisis esos desencuentros se seguirán proyectando en el futuro
(posiblemente hasta hoy) para cimentar el fracaso argentino como sociedad.
Shumway aporta una extensa
cita de Alberdi que sustenta su posición favorable a él: "Se hizo un
crimen en otro tiempo a Rosas de que postergase la organización para después de
acabar con los 'unitarios'; ahora sus enemigos imitan su ejemplo, postergando
el arreglo constitucional del país hasta la conclusión de los 'caudillos'.
Siempre que se exija una guerra previa y anterior para ocuparse de constituir
el país, jamás llegara el tiempo de constituirlo. Se debe establecer como
teorema: toda postergación de la Constitución es un crimen de lesa patria; una
traición a la República. Con 'caudillos', con 'unitarios', con 'federales', y
con cuanto contiene y forma la desgraciada Republica, se debe proceder a su
organización, sin excluir ni aun a los malos porque también forman parte de la
familia. Si establecéis la exclusión de ellos, la establecéis para todos,
incluso para vosotros. Toda exclusión es división y anarquía. ¿Diréis que con
los malos es imposible tener libertad perfecta? Pues sabed que no hay otro remedio
que tenerla imperfecta y en la medida que es posible al país, tal cual es y no
tal cual no es. Si porque es incapaz de orden constitucional una parte de
nuestro país, queremos anonadarla, mañana diréis que es mejor anonadarla toda y
traer en su lugar poblaciones de fuera, acostumbradas a vivir en orden y
libertad. Tal principio os llevara por la lógica a suprimir toda la nación
argentina hispano colonial, incapaz de republica, y a suplantarla de un golpe
por una nación argentina anglo-republicana, la única que estará exenta de
caudillaje... pero si queréis constituir vuestra ex colonia hispano-argentina,
es decir, esa patria que tenéis y no otra, tenéis que dar principio por la
'libertad imperfecta'... El día que creáis licito destruir, suprimir al gaucho,
porque no piensa como vos, escribís vuestra propia sentencia de exterminio y
renováis el sistema de Rosas."
Aquella relación
encontrada de dos grandes argentinos tuvo un capítulo poco conocido y relatado
por Augusto Belín Sarmiento, el nieto de Domingo Faustino. Corría 1879 y
después de veinte años de alejamiento Alberdi volvió al país y fue nombrado
diputado. Al llegar a Montevideo tuvo la ingrata noticia de que su enemigo de
antaño era ministro del Interior de Nicolás Avellaneda. Sarmiento le mandó un
mensaje: "Dile de mi parte que si Alberdi viene al Congreso como amigo, me
honrará tenerlo a mi lado: si se pronuncia como adversario, tendré con quien
discutir y cuanto más elevada la discusión, más profunda la enseñanza y todos
saldremos ganando". Dio la indicación de que su saludo le fuera dado
apenas desembarcara. Esa misma tarde le anunciaron la presencia de Alberdi en
su despacho y Sarmiento se apuró a recibirlo: "Tenemos Vd. y yo una alta
magistratura que desempeñar, consagrada por nuestras canas, y es el respeto que
debemos a nuestros servicios. ¡Doctor Alberdi, en mis brazos!" De ese modo
conmovedor y altamente simbólico se produjo la tardía reconciliación.
Quizás la anécdota valga
en tiempos tan erizados en la vida pública argentina. Si bien es cierto que la
ventaja de aquellos años es que no había que desmontar tanta malformación como
hoy. El desafío era un país a construir desde sus cimientos. La lectura de la
historia siempre ayuda con sus ejemplos. Hay que resignificar esas viejas
anécdotas y de algún modo traducirlas e interpretarlas en clave presente. Aquel
país estaba por hacerse. Se hizo y salió fallido. Pero tuvo momentos mejores
que el actual, mucho mejores. Por eso se apunta al pasado, cuando lo bueno
sería modelar el futuro. El diagnóstico es que aquellos buenos principios
liberales republicanos y democráticos fueron derrotados por una concepción
corporativa de la sociedad que distribuyó prebendas con objetivos de obtención
y control del poder. Así se edificó un sistema político clientelar, cimentado
en acuerdos corporativos que beneficiando a grupos van contra el bien común.
Ese esquema quedó subsumido en un régimen de coparticipación federal de
impuestos que favorece, por un entramado político perverso, que unas provincias
produzcan y busquen desarrollarse mientras a otras no les convenga hacerlo. La
consecuencia ha sido la situación actual de pobreza, mala educación, decadencia
sanitaria y tantos otros males. Debajo de cada piedra que se levanta se
encuentra un acuerdo, cimentado en una ley, con nombre y apellido para
favorecer la no competencia, el pobrismo, la pereza, la ineficiencia, el
ocultamiento de los datos, la inoperancia. Desmontar ese andamiaje requiere de
nuevas herramientas, pero la experiencia pasada no puede dejar de observarse
con atención y por eso la historia habla. No perder de vista la importancia de
las ideas, tal como plantea Shumway, es un imperativo porque estudios como el
suyo muestran la incidencia que a la corta o a la larga tienen en la vida
cotidiana. Aún cuando muchos no lo adviertan. El planteo del historiador es
interesante sobre todo en lo que hace a la desunión y la incapacidad de
construir si no es con la negación del otro. Un dato a analizar en profundidad
es la alusión del presidente Javier Milei al caso irlandés en el encuentro del
hotel Llao Llao con empresarios. Sobre todo porque esa experiencia fue de
acuerdos entre sectores para apoyar un plan que sacó a Irlanda de la
decadencia.
Pero no hay que descuidar
el segundo punto sobre el que alerta Shumway: las personalidades. En este furor
por los números a veces se olvida el modo de conjugarlos con los aspectos
humanos más profundos. Muchos de los análisis y enojos que se escuchan últimamente
tienen que ver con las extravagancias de Milei. Es indudable que se comporta
como no lo ha hecho ningún presidente antes. Insultos, descalificaciones,
acusaciones gravísimas salen de su boca con total naturalidad. Unos lo condenan
y otro ven estos exabruptos como parte de una batalla que está dando para
llevar adelante su programa. Frente a ese panorama hay quienes alientan las
desmesuras, quienes las repudian y quienes intentan entenderlas. Y dentro de
cada grupo hay subgrupos que se mueven al ritmo de la verba presidencial de
acuerdo a donde los toque: hay agraviados, injuriados, calumniados, ofendidos,
oportunistas que usan de los excesos para llevar agua a su molino y también
exultantes admiradores de ese estilo desmesurado. Las redes hacen su trabajo a
destajo. Nada nuevo, si se piensa que entre los muchos insultos de Sarmiento a
Alberdi en la célebre polémica están: periodista de alquiler (un
"ensobrado" en términos actuales), charlatán mal criado, truchimán,
tunante, hipócrita, perro, pillo, farsante, falsificador, traficante,
embaucador, hábil ladrón, mentiroso por hábito, tonto estúpido, que no sospecha
que causa náuseas, gazmoño, majadero, necio, botarate, eunuco, perverso, vieja
solterona a caza de maridos, miserable, gato (mucho antes de Macri), y sigue la
lista. Por eso es tan significativa la anécdota de la reconciliación. ¿Cuánto
tiempo y esfuerzo perdieron ambos para el bien del país por sus personalidades?
¿Cuánto se pierde hoy por reyertas innecesarias para conseguir presuntos
efectos de opinión pública mientras muchos problemas siguen pendientes de
solución? Sería bueno que los protagonistas leyeran a Alberdi en una de sus
cartas: "En la paz, en la era de organización en que entra el país, se
trata ya no de personas, sino de instituciones: se trata de Constitución, de
leyes orgánicas, de reglamentos de administración política y económica; de
código civil, de código de comercio, de código penal, de derecho marítimo, de
derecho administrativo." Lo que en ese entonces eran las instituciones que
llegan hasta hoy, en la actualidad son acuerdos para salir del atraso como en
Irlanda.
En medio de un ajustazo
inédito, que está produciendo sufrimiento y desconcierto, se han abierto todas
las discusiones. En términos muy nuevos, porque en paralelo a las quejas por lo
que toca a cada ciudadano o a cada grupo están saliendo chorros de pus
subterráneo. Así vemos como ciertas instituciones que se quejan por lo que les
toca empiezan a ver que no todo era un jardín de rosas y que muchas veces
cuando le falta plata es porque hay muchos fondos oscuros en su funcionamiento.
Lo positivo y esperanzador es que se discute a la luz del día y de cara a la
sociedad. De la buena conducción política de ese proceso de purificación
depende el futuro. Así como desconciertan y desalientan a muchos las
extravagancias presidenciales y otros indicios de desorganización, es
alentadora la alusión a Irlanda. Es un ejemplo que a Sarmiento y a Alberdi les
hubiera gustado.
Publicado en MendozaPost.
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