Pecado de gula en la dieta de los senadores
Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
Los senadores de la nación
en apenas unos segundos y sin ponerse colorados, casi triplicaron sus dietas,
aumento que el resto de los argentinos ni siquiera es capaz de soñarlo.
Este hecho tiene varios
aspectos para analizar, los que recorreré a vuelo de pájaro para centrarme en
el que considero esencial.
1) En el fundamento del proyecto de resolución, tan extenso como
vacío de contenido (porque los políticos tienen la capacidad de sintetizar el
mínimo de ideas en el máximo de palabras), se puede leer: “el ejercicio de un cargo legislativo priva a su titular de realizar
alguna actividad remunerada dado el tiempo y dedicación que le insumiría”.
Estos
parásitos que en su sesión preparativa acordaron que “los miércoles y jueves a las 14:00 hs. como día y hora para las
sesiones desde el 1 de marzo” y que, desde entonces, en vez 13 sesiones han
tenido apenas 3 (1 para asumir, otra para bajar el DNU y esta última para
subirse las dietas), ¿en serio estos caraduras insinúan que les insume mucho
tiempo el cargo?
Creo que el
cargo de senador de la nación debe ser bien remunerado por la importancia de su
embestidura, pero también creo que estos vagos y malandras que hoy ocupan esas
bancas deshonran ese cargo. No tienen la
altura intelectual, ética ni patriótica que ello demanda.
2) El casi pornográfico auto aumento en las dietas de quienes
representan a provincias, que tienen más de un 50% de sus habitantes pobres, no
solo muestra una falta absoluta de empatía, muestra un desprecio absoluto por
los ciudadanos de este país, además de una total ausencia de amor a la
patria. Son sicarios inhumanos y
mercenarios.
3) Las firmas de los que avalaron la resolución son
responsables de sus actos y deben hacerse cargo de ello.
Ahora vamos a lo medular
del asunto.
Los senadores que dicen
estar en contra de este asalto al pueblo argentino no hicieron nada para
evitarlo, o al menos para evidenciarlo.
No se pidió que se leyera cual era la temática de la resolución, no se
pidió la palabra para dejar en claro la postura en contra y no se pidió que la
votación fuese nominal para que se viese claramente el voto de cada
senador. Esto pudo haber sido por
impericia, lo cual es grave; por negociado, lo cual desarrollaré luego o por
estar de acuerdo y no tener el coraje de decirlo, lo cual es de una cobardía
patética e intolerable.
Cuando digo por negociado
lo digo teniendo en cuenta la aprobación unánime del nombramiento de los
embajadores y la necesidad de conseguir que se apruebe la ley bases. Si esto fue así, muestra que los senadores no
solo son traicioneros y corruptos, sino que, teniendo en cuenta el monto por el
que se vendieron, encima son ordinarios y muy baratos.
Por último, el modo. Dicen que las formas son menos importantes
que el fondo, pero en este caso no es así.
El senador Juan Carlos
Romero presentó el proyecto de resolución sin decir de qué se trataba el mismo,
el nervioso lenguaje no verbal de este impresentable es el de un ladrón que
sabe que lo que va a hacer está mal.
Sentía vergüenza por lo que estaba haciendo, era consciente de sus actos y no quería ser descubierto, pero a la vez
no le pesaba sobre su conciencia
remordimiento alguno pues carece de todos los valores éticos imaginables.
La presidente del senado
no dijo tampoco de qué trataba el proyecto y aprobó su tratamiento y su
posterior efectivización sin contar las manos alzadas. Puede haber sido evidente el número y por eso
no lo hizo, pudo haber sabido porque ya estaba cocinado y era inevitable o pudo
haber sido parte de un “toma y daca”. No
hay forma de saberlo.
Un párrafo especial para
el tragicómico Martín Lousteau, quien levantó jugando a las escondidas
cobardemente la mano, mostrando una falta de decoro y un espíritu traicionero
sin igual. Ni Judas se animó a tanto.
Ninguno se salva. Unos son culpables de impericia, otros de
negligencia, algunos de complicidad y los más de un crimen contra la ética y la
moral con premeditación y alevosía.
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