La pelea entre Sarmiento y Alberdi

Ernesto Poblet
Historiador y abogado, experto en energía.
Los dos más grandes intelectuales de la Argentina del
siglo XIX se enfrentaron con virulencia a través de la palabra escrita. Fue una
lucha sin cuartel, ninguno de los dos tuvo piedad. Desplegaron lo más profundo
de la capacidad creadora de cada uno para destruir al otro por medio tan solo
de la pluma y la palabra.
El primer camorrero con Alberdi fue Sarmiento, lo mismo
hizo con Urquiza. Apareció otra vez en Chile, después de abandonar las huestes
triunfadoras de Urquiza en Buenos Aires, tras derrotar a Rosas. Ocurrió en
junio de 1852, cuatro meses habían transcurrido desde Caseros. Encontró en
Valparaíso un Alberdi ganador. La imprenta El Mercurio había editado los
primeros ejemplares de “Las Bases” que ya estaban en viaje hacia los
escritorios de Urquiza, Cané, Mitre, Gutiérrez, Frías y otros amigos
importantes. La obra de Alberdi -oportunísima para diseñar la organización
nacional- concitó un singular éxito y admiración. Sobre todo en Urquiza, quien
en ese momento disfrutaba del inmenso prestigio y poder merecidamente otorgados
por sus triunfos. El jefe entrerriano mandó imprimir otras ediciones y enviar
el trabajo por todas las provincias. Sarmiento leyó “Las Bases” y también se entusiasmó, pero no
logró ocultar la inquina acumulada contra Urquiza. Analizada a la distancia, la bronca del
sanjuanino provenía más de su temperamento ansioso y atropellado sin apoyarse
en fundamentos serios. Despotricaba contra Urquiza por motivos realmente
baladíes. Quien lo escuchara podría pensar que el entrerriano lo trató mal,
pero no hay ninguna constancia de eso.
Aquel Sarmiento de 42 años, un genio de inteligencia
creadora con alguna turbulencia, se sabía talentoso, infatigable y cultivado.
No podía tolerar al gaucho-estanciero don Justo José detentando tanto poder
después de Caseros. Sentía una cargosa molestia, pues Urquiza no se detenía a
escucharlo tanto como él lo apetecía. En pocas palabras, la furia del
sanjuanino sobrevino cuando advirtió en Urquiza esa falta de apreciación
suficiente sobre su genio, lo cual no dejó de ser un lamentable error (muy
excusable) por parte del gran organizador entrerriano. Se precipitaron en la
cabeza de Sarmiento dos preconceptos displicentes contra la tendencia federal
del entrerriano, por un lado su certera carga anímica contra el falso “rosismo-federal” en esos momentos de
confusa euforia y por el otro, la borrosa creencia de ver en Urquiza un ariete
de la barbarie. Debido a su temperamento -algo levantisco- le irritaba que no
reconocieran sus méritos y antecedentes, ya había publicado el genial “Facundo”
años atrás. La contradicción no dejaba de ser asombrosa: elogiaba –igual que
Urquiza- con regocijo “Las Bases” de Alberdi, que significaban el más puro y
excelso federalismo, pero al mismo
tiempo acusaba a Urquiza de federal incivilizado, aferrándose para ello en la
nimiedad del episodio del cintillo punzó. Esta actitud arrebatada le costó un
enorme arrepentimiento dieciocho años después, cuando llegó a Presidente y
reconoció en Urquiza un auténtico civilizador, indiscutible organizador de la
nación, prolijo administrador y hasta un promotor de la educación mediante la
creación de excelentes colegios. ¡Casi dos décadas perdidas por increíbles
desencuentros entre dos personajes excepcionales y complementarios entre sí…!
Alberdi ejercía la profesión de abogado en Valparaíso.
Con sus ganancias había adquirido “Las Delicias”, una cómoda quinta. Sarmiento
vivía con su esposa doña Benita en la confortable residencia de Yungay. Ambos
en Valparaíso. Unos cuantos amigos de Alberdi fundaron El Club Constitucional
para apoyar la posición de Urquiza frente a los rebeldes separatistas de Buenos
Aires. Ciertos testimonios dejaban
entrever la decisión de no invitar a participar del Club a Sarmiento temiendo a
su temperamento impulsivo y cuasi violento. Al enterarse el sanjuanino -tras ofuscarse- se volcó con armas y bagajes en favor de los
porteños. No por ello vamos a inferir
este episodio como único causal motivador de tan importante decisión.
En agosto de 1853, el gobierno de Urquiza en Paraná
designaba a Alberdi embajador de la Confederación en la República de Chile. La noticia se
recibió con alborozo en el ambiente argentino de Valparaíso. En aquellos
momentos Sarmiento todavía compartía algo de esa alegría. No pasó mucho tiempo
hasta que Alberdi se encontró con un nuevo libro de Sarmiento, de reciente
aparición en Chile. Un brillante trabajo exponiendo las grandes ideas y
estrategias del prócer sanjuanino sobre la concepción de su país. El libro fue escrito entre los campamentos y
los trajines preparatorios de la batalla
de Caseros. Quizá por eso debió soportar
un nombre no muy apropiado ni elegante para su excelso contenido: CAMPAÑA DEL
EJÉRCITO GRANDE. De golpe, el tucumano
don Juan Bautista observa una dedicatoria del sanjuanino acusándolo de: "...el
primer desertor de Montevideo a la llegada de las tropas rosistas".
Alberdi explotó. No lo pudo soportar. Le sobrevino un furibundo ataque de ira.
Maldecía, quería “destruir al loco”. Ahí empezó uno de los más absurdos y
prolongados conflictos...
En enero de 1853, don Juan Bautista había decidido
veranear en casa de sus amigos Sarratea, en la ciudad de Quillota. Se lo veía
entre los árboles, el buen aire, los arroyos, el piano, pero no aguantaba el
entripado vibrando desde adentro contra Sarmiento. Se dispuso a escribir las
CARTAS QUILLOTANAS con irreprimible aversión. Le espetaba a Sarmiento ser un
tirano como Rosas, lo acusaba de ejercer el odio desde el periodismo “...y ahora que no puede frenarse enfoca su
odio contra Urquiza... primero elogia al entrerriano y después lo insulta por
un simple despecho". Para terminar
acotando: “...Sarmiento es el verdadero gaucho malo o bárbaro de la prensa, que
pretende detener la organización nacional hasta que Urquiza sea eliminado...” Elegía Alberdi con rigurosidad diabólica los
calificativos más eficaces para zaherir a su contrincante.
Sarmiento leyó las CARTAS QUILLOTANAS y no tardó en
despertar su fecunda tirria. Empezó a escribir con llamaradas de furor LAS
CIENTO Y UNA. Calificaba a Alberdi de "simulador, templador de pianos,
venal compositor de minués, mal abogado y periodista de alquiler, camorrista y
saltimbanqui, mujer por la voz y abate por los modales, conejo por el miedo y
eunuco por su falta de aspiraciones políticas..."
Alberdi volvió a contestar por medio de un folleto.
Respondió uno a uno los cargos del sanjuanino. Publicó las cartas con los
antiguos elogios enviados por Sarmiento y se preguntaba: ¿...Cuándo miente?
¿...miente cuando me elogia o miente cuando me insulta? Y así pasaron los años
y las décadas. Siempre alejados y tras un muro de bronca nuestros dos más
brillantes pensadores. Sólo se recordaban con fastidio el uno del otro.
Hasta la llegada del año 1876, plena presidencia de
Nicolás Avellaneda con el veterano ex presidente Sarmiento ejerciendo el
Ministerio del Interior. Se enteró del arribo
de Alberdi procedente de Europa. Mandó su landó al puerto para recibirlo
con honores. Alberdi, apenas superado el grato estupor, decidió llegarse hasta
el Ministerio en el mismo carruaje para agradecer el gesto de su viejo enemigo.
Sarmiento en una reunión se enteró de la presencia de don
Juan Bautista esperándolo en las antesalas. Interrumpió abruptamente la
reunión. Expansivo, eufórico, apareció a
los gritos en la antesala “Dr. Alberdi -
a mis brazos...”. No solamente lloraban
los dos viejos inmortales, todos los presentes acompañaron el abrazo tras una
cortina de lágrimas. La escena expandía una emoción incontenible. Se trataba de
un final conmovedor para tan famosa y prolongada “enemistad”. De una reyerta
donde en lugar de armas convencionales los dos duelistas sólo blandieron sus
plumas y sus agravios verbales a través de libros fervientes de dignidad
impulsiva. ¡Culminaron así dos décadas y media de ese distanciamiento
incomprensible, protagonizado por estos dos cascarrabias asombrosos, geniales y
exasperadamente abnegados…!
(Fragmento extraido del libro "LOS QUIERO DE RODILLAS... Ecografía Histórica Comparativa con los Kirchner en una Argentina Dislocada") Autor Ernesto Poblet. De próxima aparición.
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