El misterio de un país rico que se convirtió en pobre

Guillermo Yeatts
Fundador de la Fundación Atlas para una Sociedad Libre y Miembro del Consejo de Administración. Graduado en New York University con un Bachelor of Science en Finanzas y un Master en Economía. Doctorado Honoris Causa en Ciencias Sociales, Universidad Francisco Marroquín, Guatemala. Realizó el posgrado OPM en la Escuela de Negocios de Harvard University en Cambridge, Massachusetts. Autor de diversas obras, entre ellas “Un mundo pequeño: El futuro de la libertad en la era global”.
A
inicios de años los 60, cuando tenía poco más de veinte años edad y realizaba
una maestría en Economía en New York University (NYU), tuve la oportunidad de
asistir a una clase que condicionaría mis años posteriores de vida. El profesor
Paul Alpert señaló que existían cuatro
tipos de países: los desarrollados, los subdesarrollados, Japón y Argentina. Japón: un país sin recursos
naturales que había logrado alcanzar el desarrollo. Argentina: todo lo
contrario. Un país generosamente dotado de recursos naturales que no lograba ofrecer
un buen nivel de vida de sus habitantes.
Siguiendo
el razonamiento del profesor Alpert, comprobé que esa Argentina de la década
del 60 no sólo vivía la supuesta paradoja de ser un país rico en recursos
naturales pero pobre en su nivel de desarrollo, sino que también era ejemplo de
otra contradicción: la de ser un país que en la primera década del siglo XX había
contado con indicadores de país desarrollado y que posteriormente inició una
decadencia que lo convirtió en un país subdesarrollado.
Profundizando
en el tema, hallé datos que confirmaban el nivel que había alcanzado la
economía argentina: hacia 1913, era el
país con el 10mo mayor PBI por habitante del planeta, que representaba dos
tercios del de los Estados Unidos en aquel momento. Asimismo, Argentina
producía la mitad de todo lo que elaboraba toda América Latina sumada.
Poco
tiempo después de ser un desierto a mediados del siglo XIX, aquella Argentina
era señalada -junto con Australia y Canadá- como uno de los países más
promisorios del globo. Según el
mencionado PBI per cápita, en 1913 nuestro país se ubicaba por encima de
naciones europeas como Alemania,
Francia, Austria, Suecia, Irlanda, Italia, Noruega, Finlandia y España. En
consecuencia, Argentina que había alcanzado indicadores sobresalientes que lo
hacían atractivo de los inmigrantes del mundo y lo constituían en otro “melting
pot” (lo que aquí llamamos “crisol de razas”).
Si
tuviéramos que utilizar una palabra para definir las políticas aplicadas entre
1853 y 1916, que dieron como resultado ese crecimiento, podríamos utilizar el
término “apertura”. Argentina era un país abierto. Pero además de abierto era
atractivo a las inversiones, al comercio y a las personas del mundo. Esa
prosperidad se refleja en las palabras de la historiadora María Oliveira-Cézar
en su artículo “Cuando en Francia querían
ser ricos como un argentino”. Allí se refiere a la época en que los
diplomáticos franceses señalaban que la Argentina había sido hecha “por el brazo italiano, el capital inglés y
el pensamiento francés". También el escritor Paul Morand señalaba –en
consonancia con lo anterior- que los argentinos "se creían europeos colonizando América del Sur". Del
mismo modo Alain Rouquié indicaba que "los
argentinos son italianos que se creen británicos y hablan español con acento
genovés o napolitano". [1]
Del auge a la decadencia
A
primera vista parece imposible comprender la lógica de la posterior decadencia
argentina, lo cual se ha transformado en un gran misterio. Tan así es que
incluso recientemente, The Economist
en su artículo “La parábola de Argentina.
¿Qué pueden aprender otros países tras un siglo de declinación?” intenta
analizar este proceso:
“En
1914, la Argentina se destacó como el país del futuro. Su economía había
crecido más rápido que la de Estados Unidos durante las cuatro décadas previas.
Su PBI per cápita era más alto que el de Alemania, Francia o Italia. Se jactaba
maravillosamente de sus fértiles tierras para agricultura, su clima soleado,
una nueva democracia (el sufragio universal masculino fue introducido en 1912),
una población educada y el baile más erótico del mundo. Los inmigrantes
bailaban tango, fueran de donde fueran. Para los jóvenes y ambiciosos, la
elección entre la Argentina y California era difícil.” [2]
¿Qué
sucedió luego? Los cambios en las normas que regulaban el mercado político
fueron claves para comprender el antes y el después en materia de las políticas
públicas e ideas que imperaban. Tal como sucedía en la mayor parte del planeta
a fines siglo XIX y principios del XX, el sistema electoral argentino
posibilitaba que –hasta 1916- los resultados de las votaciones no reflejasen la
voluntad de la mayoría ciudadana sino de una pequeña élite gobernante. Hasta la
entrada en vigencia de la Ley Sáenz Peña
(1912) -que sancionó el voto universal, secreto y obligatorio- la
existencia de un “voto no secreto” o “público”
posibilitaba la influencia en la determinación del voto. Un síntoma
claro de esta situación es que en la primera elección posterior a tal reforma, el
porcentaje de votantes sobre la población se incrementó de cerca del 2% a más
del 8% del total de la población. Asimismo, en la primera elección
posterior triunfó el partido político “nuevo” (en aquel momento) y que
identificó las ideas de muchos de los inmigrantes y sus hijos: la Unión Cívica
Radical.
Del
mismo modo, el contexto internacional fue clave para comprender los momentos de
auge, así como el cambio posterior. A fines del siglo XIX e inicios del XX, los
coletazos de la revolución industrial tenían un impacto positivo en las
circunstancias que afectaban a la economía del país. Barcos, trenes,
frigoríficos simbolizaban una caída en los costos de transacción que permitirían
comercializar lo otrora no comercializable. En la segunda mitad del siglo XIX, el mundo “se achicaba” en favor de
la Argentina y se producía una rápida integración positiva de nuestra economía
con el resto del planeta. Pero a partir de la crisis de 1930 ese contexto
internacional cambió y ya no resultó tan favorable.
Son
muchas las preguntas que emergen para desentrañar este misterio que nos quita
el sueño a los argentinos: cómo y por qué dejamos de ser un país próspero. A lo largo de mi nueva obra, recientemente
escrita “Un país rico que se convirtió en pobre. Mitos y verdades de la
Argentina” (Universidad Francisco Marroquín, 2015), intentamos -desde la
perspectiva de la economía institucional- ahondar en las causas del crecimiento
de nuestro país entre 1853-1916 y su declinación posterior, desmitificando
algunos de los temas que explican el auge que se transformó en declive.
Publicado en INFOBAE: http://www.infobae.com/2015/08/21/1749742-misterio-un-pais-rico-que-se-volvio-pobre
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