Tu hijo puede ser el próximo

Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
En los últimos tempos, se
han incrementado en nuestra Argentina los casos de secuestros, de abusos de
menores, de asaltos violentos y de asesinatos. Estos aumentos se dan no solo en
la cantidad, sino en el salvajismo con el que se cometen los delitos.
El deterioro en nuestra
calidad de vida es tan monstruoso que cuesta trabajo imaginar cómo es posible
que no reaccionemos. Solo puedo conjeturar un motivo que justifique tamaña
resignación y ese es nuestra inocente entrega a las ideas del igualitarismo.
El igualitarismo pretende
que todos seamos iguales, cosa que es muy distinta a decir que todos seamos
tratados con igualdad; es tan distinto que incluso es opuesto. El igualitarismo
es el que sacó los aplazos y los sobresalientes de la escuela; el igualitarismo
es el que le da un salario a un preso superior al monto de una jubilación; el
igualitarismo es el que equipara en la consideración a un delincuente con un
honesto, el igualitarismo es el que confunde al victimario con la víctima.
Y en este cemento gris de mediocridad,
en donde lo blanco y lo negro, lo correcto y lo incorrecto, el mérito y el
demérito se enmarañan, igualados todos por un relativismo moral que convierte
al inocente en culpable y al culpable en inocente; en este cambalache donde
“los inmorales nos han igualao”, solo perdemos los que aprendimos a ser
personas de bien.
Sólo existe una manera de
igualar y esta es sacándole al que más tiene para dárselo al que menos tiene.
Esto no solo se aplica en la "redistribución" de nuestro dinero por
parte del magnánimo estado, sino en algo mucho más grave; en la redistribución
de nuestros valores éticos.
Al redefinir al delincuente
como víctima de la sociedad, al abusador como víctima de su infancia o al
desocupado crónico como víctima de la economía salvaje; les quita a los
individuos sus características personales y los transforma en un rebaño.
Condena el derecho a juzgar el valor de la acción humana, la que define y
diferencia el bien y el mal, la verdad y la mentira, lo real y lo ficticio.
Quien se atreve a emitir un juicio de valor es tildado de soberbio, de poco
tolerante y de no “ponerse en el lugar del otro”.
Pero ¿acaso los igualitarios
le piden al violador que se ponga en el lugar de la víctima? ¿o al ladrón en
lugar del despojado? ¿o al asesino en el lugar del asesinado?
Con el igualitarismo, cada
uno de nosotros perdemos el derecho de realizar un juicio moral y racional de
los hechos, juicio imprescindible si queremos vivir en sociedad como seres
humanos y no como ovejas en un redil. Se dice que no hay una sola verdad y esta
es “la mentira” que da origen a toda esta trampa, “la única verdad es la
realidad” decía Aristóteles; lo que es, es. Podremos no conocer toda la
realidad, podremos tener un conocimiento provisorio, incompleto y hasta errado
de la realidad, pero eso no quiere decir que existan muchas realidades, eso
solo evidencia nuestra imperfección, nuestra incapacidad de abarcarla por
completo.
Hasta hace 40 años, en
nuestra Argentina, nuestros chicos jugaban en las plazas y el único temor era que
se lastimaran, nuestros hijos iban al almacén a hacer los mandados y el único
cuidado era que no se quedaran con el vuelto, nuestros jóvenes salían a bailar
y la única preocupación de los padres era que llevaran abrigo.
Ahora no podemos estar
seguros ni siquiera encerrados entre las rejas de nuestras casas, ya que por
las redes sociales también somos invadidos por delincuentes. No solo hemos
perdido el derecho a circular libremente por las calles de nuestras ciudades,
sino que también hemos perdido la seguridad en la privacidad de nuestros
hogares.
La Declaración Universal de
los Derechos del Hombre dictada en la Revolución francesa considera a la
libertad, a la propiedad y a la seguridad, los principales derechos humanos y
afirma que el único fin de toda asociación política (estado) es la conservación
de estos derechos.
Un país en serio se
construye siendo serio, exijamos una justicia rápida y severa; comprometámonos
como ciudadanos a fomentar las ideas de la libertad, del respeto, del esfuerzo
y del mérito; y elijamos políticos que tengan las agallas de hacer lo que hay
que hacer, sin discursos políticamente correctos.
Es hora de que terminemos
con la patraña del igualitarismo, es hora de que dejemos de entregar nuestra
propiedad, nuestra virtud y nuestros seres queridos a los delincuentes. Ayn
Rand afirmaba que “piedad por el culpable es traición al inocente”; dejemos de
traicionar a nuestros hijos, a nuestra patria y a nosotros mismos; no lo
merecemos.
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