Criando y educando fracasados
Rogelio López Guillemain

Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes, Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes (reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra historia" por radio sucesos, Córdoba.



 
“Prepara a tu hijo para la vida,
no la vida para tu hijo”
Tim Elmore
 
Le tenemos terror al fracaso.  El miedo a fracasar no es una mera cuestión cultural (como seguramente afirmarían los posmodernistas que están tan de moda), el fracaso en la vida, analizado al nivel más básico, equivale a la muerte.

Un animal o un cavernícola que fracasase en su intento de conseguir alimento o refugio, o que no consiguiese alejarse de un depredador; no contaría la historia.  Game over dirían los juegos electrónicos, fin del juego; y lo cierto es que a nadie le gusta quedar fuera del juego.

El punto es que el hombre, a diferencia de los animales, racionaliza, comprende y dimensiona lo que implica el fracaso, es consciente de lo que él conlleva.

La virtud del justo medio aristotélico, se expresa en la mesura ante el fracaso y en la actitud para con su prevención; en palabras de Aristóteles, “el medio es lo que no peca, ni por exceso, ni por defecto”; o sea, no peca por el exceso del terror, ni por el defecto de la negación.

Los padres de la generación X (que rondan los 45 años), por diversas razones, se han obsesionado con la seguridad de sus hijos adolescentes sub 20, integrantes de la generación Z.

La aprensión al riesgo por parte de los progenitores para con su prole ha existido siempre, es natural y está impresa en nuestro instinto de supervivencia.  Pero la forma de enfrentar los riesgos en la actualidad, difiere a la de nuestros antepasados en su forma de efectivizarse.

El modo en el que se protegía a los vástagos en el pasado, era por medio de la educación ética, moral y técnico/científica.  Se centraba la atención en proveer a los jóvenes de los medios para enfrentar las vicisitudes.

En la actualidad, hay una fuerte tendencia de los padres, a quitar los obstáculos que aparecen delante de sus hijos, allanándoles el camino.  Al referirse a la crianza de nuestros vástagos, Tim Elmore asegura que “arriesgamos muy poco, los ayudamos muy rápido, los elogiamos con mucha facilidad y los premiamos a la más mínima”.  Los padres de hoy, median en los inconvenientes que tienen sus hijos en la escuela o con sus amigos, median entre sus deseos y sus logros, median entre sus fantasías y la realidad, de este modo, los convierten en futuros inútiles, incapaces e inoperantes.

Porque en el mundo real al que se enfrentarán cuando adultos, el éxito (material y espiritual) sólo se logra: confrontando los inconvenientes, filtrando los deseos a lo viable y modelando las fantasías a lo posible.

Porque en el mundo real el éxito sólo se logra: invirtiendo tiempo y esfuerzo en la instrucción, desarrollando el espíritu de superación y fortaleciendo la resiliencia ante la desventura.

Porque en el mundo real el éxito sólo se logra: asumiendo el riesgo de salir de la zona de confort, midiendo la ecuación costo/beneficio y estableciendo relaciones respetuosas y responsables.

Volviendo a Aristóteles, este aseguraba que “toda virtud es, lo que completa la buena disposición de la misma y le asegura la ejecución perfecta de la obra que le es propia

La obra que le es propia al hombre, es la de ser feliz y esto se logra al alcanzar la mejor expresión de uno mismo; la “ejecución perfecta” de esa obra NO se alcanza premiando la participación y menoscabando el triunfo, sino estimulando el ser parte y  recompensando el éxito.

El ganador de la carrera se sube al podio, el escritor sobresaliente consigue ser best seller, el cantante soberbio llena recitales, la persona honorable es enaltecida, el científico destacado es elogiado con un Nobel, el actor extraordinario es galardonado con el Oscar.

Ninguno de ellos alcanzó el éxito y el reconocimiento solamente por participar; lo alcanzaron gracias a sus talentos, a su dedicación y superación, lo alcanzaron porque supieron ser conformes de sí mismos pero nunca satisfechos.  Ninguno de ellos se dejó seducir por la mediocre ideología del igualitarismo que impera en la actualidad, ideología que promueve el mezquino cumplimiento con lo estricto y necesario.

Debemos recuperar la cultura del esfuerzo y la superación, debemos animar al rezagado pero premiar al sobresaliente, debemos recompensar al que cumple con sus obligaciones y que va aún más allá.

Es tiempo de promover la excelencia, es tiempo de cultivar en nuestro trabajo, en nuestros círculos y sobre todo en nuestro hogar, el espíritu ganador del que quiere y lucha para elevarse a su máxima expresión. 

Por último, te dejo una reflexión para que medites sobre ella: “no te preguntes que tipo de país le dejás a tus hijos, sino que tipo de hijos le dejás a tu país”.


 

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