Pan al que no tiene dientes

Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
“El país está enfermo, así parece…
si, mucho parásito”
Jaime Garzón
Mientras disfruto de
unos días de descanso, recorriendo nuestro país, no puedo evitar reflexionar acerca
de las bondades de la Argentina y de cómo las desperdiciamos. Recuerdo una frase popular que dice que Dios
hizo tan perfecta a la Argentina, que para ser equitativo con los otros países,
le puso adentro a los argentinos, ahora me pregunto: ¿será esto tan así?
Las cataratas de
Iguazú, Los paisajes de Salta, el Valle de la Luna y Talampaya, los pasos
cordilleranos, los grandes lagos del sur, el glaciar Perito Moreno, el
avistamiento de ballenas, la ciudad más austral del mundo y una de las capitales nacionales más
bellas del planeta… y eso no es todo.
Minería, gas y
petróleo, sol, viento y ríos para generar energía limpia, superficies
cultivables y para la cría de animales que se extienden más allá del
horizonte. Sin problemas raciales, ni religiosos,
ni guerras, sólo una dificultad… un montón de argentinos.
¿Por qué no
aprovechamos toda esta riqueza?, muchos han sido sentenciados como culpables de
este despropósito. Perón, Irigoyen, los
militares, la clase de inmigrantes o el perfil de los colonizadores, entre
otros.
En lo personal, me
retrotraigo aun más, llego a los aborígenes.
Estos, a grandes rasgos, se dividían en dos: los cordilleranos, sedentarios,
con casas, utensilios, vestimenta, cría de animales y cultivos; y los de las
pampas, nómades, guerreros, con taparrabos y nada más. El espíritu laborioso de los primeros se
perdió en tiempo de la colonia; mientras que el alma parasitaria y conformista de
los segundos se enquistó en nuestros genes.
Del aborigen de las
pampas pasamos al gaucho, quien sólo pretendía un pingo, mate, vino, una
tapera, una china y poco más, de allí al empleado público (no todos pero la
mayoría) que sólo pretende estabilidad inmerecida, inasistencias al trabajo
privilegiadas y una pronta jubilación, finalmente para concluir, están quienes
se jubilan sin aportes y aquellos que reciben planes sociales sin
contraprestaciones.
Deberíamos decretar al
tordo “ave nacional de estos últimos”, ya que no construyen ningún nido
y parasitan el del laborioso hornero… o sea, del ciudadano que produce.
Es sabido que las
adversidades estimulan el ánimo del hombre y este procura superarlas con
esfuerzo; en contrapartida, la comodidad y abundancia aplaca el alma. Esto último se potencia cuando nos entregamos
a lo animal, cuando nos alejamos de la razón, cuando nos alejamos de la esencia
humana.
El espíritu de estar “conforme
más nunca satisfecho”, anida en el pecho de unos pocos, y esos pocos
emprendedores, si quieren vivir en una sociedad donde se respete el esfuerzo y
se premie el mérito, deben entender que abandonando la conducción de las
instituciones (sea una ONG, un club de barrio o el propio gobierno) en manos de
los políticos parásitos, nunca conseguirán vivir en esa anhelada sociedad justa.
El límite entre la
democracia y la demagogia es muy sutil, y al amparo de la primera, los
caranchos viven de la segunda. Juegan
con los sentimiento nobles de quienes producen a la vez que compran las
voluntades de quienes sólo pretenden tener para “el asadito y el vinito”;
esto es así, le guste a quien le guste, le pese a quien le pese.
Decía Alberdi: “La
ignorancia no discierne, busca un tribuno y toma un tirano: La miseria no
delibera, se vende. Alejar el
sufragio de manos de la ignorancia y de la indigencia es asegurar la pureza y
acierto de su ejercicio. Algunos dirán que es antidemocrático pero la
democracia, tal como ha sido ejercida hasta ahora nos ha llevado a este triste
destino”.
Alejar el sufragio de
manos de la ignorancia hoy se logra, no como alguno supondría mediante el voto
calificado, sino a través de la educación.
¡Ojo! hablo de educación y no de adoctrinamiento y para evitar este mal
(o al menos morigerarlo) es FUNDAMENTAL que quienes creemos en la libertad, que
quienes no buscamos sumar militantes sino ciudadanos a la Argentina,
nos comprometamos en la impostergable tarea de formar personas de bien. Es tiempo de retomar en las escuelas y en las
universidades aquellos espacios docentes que cedimos a manos de reclutadores
ideológicos.
Recuperemos la
Argentina que supimos ser; nuestros padres y abuelos nos lo reclaman, nuestros
hijos la merecen. El día es hoy, no
debemos retroceder más, La Rebelión de los Mansos ha comenzado.
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