¿Y si cerramos el estado?

Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
“Cuánto
más corrupto es el estado, más leyes tiene”
Tácito
“La
demagogia es la capacidad de vestir las ideas menores con la palabras mayores”
Abraham Lincoln
Llevamos casi dos meses de cuarentena. He escuchado y leído, cómo las personas se
quejan por no poder ir a trabajar, mandar a los hijos a la escuela, pasear,
juntarse con amigos o comprar cosas “no
esenciales”. ¡Pero no he escuchado a
nadie quejarse por no tener que ir a una dependencia del estado a realizar
trámites que son tan obligatorios como innecesarios!
Aclaro que creo en la necesidad de un
estado presente. Presente en lo que la
Constitución Nacional indica: seguridad, justicia, salud y educación. Quizás dentro de un tiempo, algunas de estas
tareas (o todas) puedan dejar de ser ejecutadas por el estado, pero hoy estamos
muy lejos de ello y además, no es el tema de este artículo.
Lo cierto es que en estos 60 días, hemos comprobado
cómo podemos vivir sin necesidad de estar sometidos a miles y miles de
regulaciones que los burócratas de turno inventan para justificar sus
sueldos.
Sumado a ello, el número de parásitos en el
estado aumenta continuamente. Hace unos
90 años, los empleados del poder ejecutivo eran tan pocos, que ¡entraban todos
en la Casa Rosada! No he encontrado los
datos puntuales de aquella época por lo que haré la comparación de nuestro hoy
con el pasado más cercano.
Año
|
Habitantes
|
Empleados privados
|
Empleados públicos
|
1973
|
26.500.000
|
8.000.000
|
1.750.000
|
1983
|
29.500.000
|
8.700.000
|
1.750.000
|
2002
|
37.500.000
|
8.400.000
|
2.150.000
|
2019
|
44.000.000
|
9.000.000
|
3.200.000
|
De este gráfico podemos sacar algunas
conclusiones rápidas. Que el número de
empleados privados ha crecido muy poco en 50 años, mientras que los del sector
público prácticamente se han duplicado.
Lo del sector privado se debe en parte, al
gran número de empleados no registrados (en negro, casi un 50%) y al desarrollo
del sector servicios con un número creciente de autónomos o monotributistas
independientes.
Con respecto a los empleados públicos, no
va a faltar el distraído que diga: “hay
el doble de población, por eso el doble de empleados”. Errado.
No solo porque no hay una necesaria
relación directa entre ambos números, sino porque los avances tecnológicos han
simplificado y automatizado muchísimo del trabajo que demandaba la mayor parte
de las horas hombre. Valga como ejemplo:
hace 30 años trabajaba en la Universidad Nacional de Córdoba y para actualizar
el “cardex” y sacar los promedios de
los egresados, era preciso destinar a 3 personas, quienes comparaban sus
planillas para evitar errores; hoy esto lo hace una computadora en forma
instantánea y sin errores.
También debemos tener en cuenta la
posibilidad que tienen las personas de realizar los trámites burocráticos por
autogestión desde su computadora o en terminales ad hoc, otro motivo más que
demuestra lo innecesario del crecimiento geométrico del empleo estatal. ¡Es más!, incluso debería haber bajado a la
mitad en lugar de duplicarse.
Lo cierto es que en estos dos meses, hemos
sido testigos de lo innecesaria que es
la monstruosa burocracia que tenemos.
¿Ha llegado el momento de replantearnos qué esperamos del estado?
Tenemos miles y miles de innecesarias regulaciones
que incluso se superponen o contradicen, padecemos ¡165 impuestos!, necesitamos
hacer 14 trámites y 25 días de papeleo infumable para abrir un negocio,
recorrer laberintos interminables para adoptar un niño, tener un “contacto” para conseguir una patente de
taxi o soportar al único sindicato autorizado por el gobierno sin poder abrir
otro, entre otras tantas trabas y limitaciones que el estado inventa y nos
impone en nuestro día a día.
Mantengamos solo las estructuras mínimas
e indispensables del estado, las que se ocupan de seguridad, salud,
justicia y educación, y el resto LO CERREMOS.
Pero, ¿qué hacemos con los empleados que
sobran? O bien damos jubilaciones
anticipadas y redistribuimos al personal, o les damos dos años de plazo a
quienes pierden su puesto hasta que sean absorbidos por el sector privado o se
vuelvan autónomos, o cualquier otra solución de esta índole. Eso sí, debe quedar establecido por ley, la
imposibilidad de volver a nombrar empleados públicos en forma indiscriminada. Lo que nos ahorraríamos en gastos de cientos
de oficinas innecesarias es incalculable.
Aquellos municipios pequeños y vecinos
entre sí (pegados uno a otro), deberían unificarse y que poner en disponibilidad
(como propuse en el párrafo anterior) a todos los empleados extras.
Debemos bajar los impuestos, reducir los
trámites exigidos para abrir un negocio y trabajar; liberar las restricciones y
los “feudos” de los socios del
gobierno, tales como el transporte público de pasajeros; bajar el costo
laboral, alentar el comercio exterior, encarcelar a los delincuentes y a los
corruptos, terminar con los eternos subsidios a madres con más hijos que años
de vida y a los eternos desocupados. Seamos
un país serio y en serio.
Hay muchas cosas más por cambiar. Pero al menos acordemos en estas, demos un
primer paso.
Hoy el rumbo que están proponiendo nuestros
gobernantes es exactamente el opuesto.
Más estado, más esclavos que viven de las limosnas llamadas planes
sociales, más fomento de la pobreza, más delincuentes y corruptos libres, más
libre pensadores perseguidos y más impuestos.
O sea, más alejados del mundo desarrollado y más cerca de la miseria.
El Imperio
de la Decadencia Argentina debe terminar.
El día es hoy, el momento ahora y el lugar aquí, ¡no retrocedamos más!. Si no sos vos, si no soy yo, ¿quién? En paz y con firmeza debemos desatar, La Rebelión de los Mansos.
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