Brutos por elección

Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
“Nada hay más terrible que una
ignorancia activa”
Goethe
El conocimiento y las
competencias se adquieren con estudio; ser ignorante es una elección de no
acción. Tanto la ignorancia o
pobreza de conocimientos como la pobreza material, son el estado natural del
ser humano; nacemos pobres e ignorantes, y para “curar” ambos males, hay que
invertir tiempo y esfuerzo, punto.
Podría terminar acá el artículo, pues esto resulta tan evidente que
resulta redundante explicarlo. Pero a la
luz de los hechos actuales parece que no es tan así, pensemos un poco en la
educación.
La cuarentena del 2020
alejó a los estudiantes de las aulas y tanto los padres, como los políticos
responsables, los directivos, los gremialistas y los docentes no encontraron
una adaptación efectiva al interminable cierre de los salones de clases. Lo preocupante es que el 2021 parece
encaminarse en el mismo derrotero, por más que algunos “simulen” querer
resolver el problema.
Es cierto que, para
poder planificar, se precisa un mínimo de previsión de futuro a mediano plazo
(por lo menos). La expectativa del
levantamiento de la eterna cuarentena 2020 fue prorrogada una y otra vez cada
15 días atentó contra toda previsión, aunque considero que esto fue más un
condicionante que un determinante.
De los gremialistas y
políticos claramente no espero un esfuerzo imaginativo para salir de esta
encrucijada, ellos están muy felices con esta situación. Un pueblo bruto y pobre es fácilmente
manejable y más barato.
Pero de aquellos padres
que entienden lo que implica para sus hijos perder cantidad y calidad educativa
(por desgracia son menos de los que me gustaría), de los alumnos más grandes
(al menos de los universitarios), de los docentes con verdadera vocación
(lamentablemente en peligro de extinción) y del puñado de directivos que
piensan en algo más que su jubilación, de ellos esperaba más.
Seguro no faltarán los “políticamente
correctos” que me acusarán de “meter a todos en la misma bolsa”, cosa que
claramente no he hecho; pero creo que una de las primeras cosas que debemos comenzar
a hacer es discriminar. Si si,
discriminar. Discriminar entre lo bueno
y lo malo, entre lo correcto y lo incorrecto, entre los responsables y los que
no lo son, entre los aptos y los incompetentes, entre los proactivos y los
parásitos.
Pero para discriminar
primero es preciso saber y reconocer las características diferenciales de las
cosas, los hechos y los actos, y valorar todo a la luz de nuestro pensamiento
crítico; y para tener un pensamiento crítico debemos ser intelectualmente
honestos.
Discriminar, saber,
pensamiento crítico y honestidad intelectual son todas capacidades que se
desarrollan en el proceso educativo (no solo instrucción y menos aún imposición
dogmática), este proceso lógico-racional y reflexivo es el que nos da las
herramientas para elegir beber agua y no veneno, para respetar al prójimo y no
maltratarlo, para elegir políticos honestos en lugar de demagogos corruptos y
tiránicos.
No voy a entrar en la
discusión de si en el resto del mundo se cerraron más o menos días las
escuelas; creo que la diferencia más importante estriba en lo actitudinal. Nos llevó un año plantearnos con algo de
seriedad la reapertura de las escuelas cuando en el resto del planeta esa
prioridad fue cosa de todos los días.
Pienso que este momento
crítico que vivimos es una oportunidad que como país debemos tomar y si las
autoridades no quieren tomarla, quizás debamos ser nosotros, los ciudadanos de
a pie, los que tengamos que hacernos cargo.
¿Los docentes no
quieren ir con muchos alumnos por miedo al contagio? Perfecto, sigan con las clases teóricas a
distancia, pero hagan, por ejemplo, trabajos prácticos y clases de consulta
presenciales y en grupos pequeños rotativos.
Dividan el curso y den al mismo tiempo la clase virtual y presencial
(para no duplicar el trabajo) rotando a los alumnos en distintos días.
Trabajen en conjunto
con otros docentes de la misma materia de otras instituciones para formar una
biblioteca en las redes, generen un trabajo cooperativo y dividan los temas
según las preferencias y capacidades.
Generen competencias entre
los alumnos y las escuelas, presentaciones de trabajos intercolegiales,
grabación de audiolibros de las materias que se cursan, no sé… utilicen la
imaginación más allá de las estructuras clásicas.
Muchos docentes creen
que son “revolucionarios” porque se sientan a la par de sus alumnos, los tutean
(y se dejan tutear), hablan en lenguaje inclusivo, rechazan todo lo que no sea
posmodernista y escriben en las redes. Valoran
más la pedagogía que los contenidos, reniegan de las metas, justifican todo por
algún contexto y consideran la excelencia como discriminadora.
Les digo a los
maestros, profesores y directores que, si de verdad quieren ser rebeldes, digan
basta a los curriculas cerrados y envasados en ministerios lejos de sus
alumnos. Atrévanse a oponerse a los
lineamientos políticos y a los dogmatismos con los que buscan idiotizar a los
niños. Muestren otras perspectivas,
hagan escuchar otras campanas; recuperen lecturas que muestran la belleza del
arte como “El Quijote” o “Hamlet”; exploren las líneas de un “Hombre Mediocre”
o de un “Facundo”, dialoguen con un Aristóteles, escuchen un Tchaikovsky y en
su “Obertura 1812” sientan la derrota de Napoleón en Rusia.
Los padres debemos
involucrarnos más. Ver qué les enseñan a
nuestros hijos, oponernos al lavado de cerebro, estimular sus inquietudes y
poner en evidencia las persecuciones.
Estoy de acuerdo que no se puede poner en riesgo aprobar una materia por
problemas ideológicos, pero se puede entrar en las clases a distancia con otro
nombre, observar las clases y debatir (no discutir) con el docente cuando se
desvirtúa la enseñanza.
Las propuestas
enumeradas son algunas ideas sueltas, seguro hay mucho más por hacer, mucho más
por idear. Estas no son la solución de
fondo, para conseguir la misma se debe tener el poder político que las personas
sensatas ingenuamente hemos cedido; por eso, debemos infiltrarnos en la
educación, poner en jaque a los militantes, exponer ante el alumnado, en las
redes y en los medios a quienes pretenden lavar cerebros y a quienes
extorsionan a los alumnos amenazándolos con el aplazo si no repiten las
consignas ideológicas impuestas.
Ocupemos espacios que
como padres por derecho nos corresponde, cuidemos no solo la salud física de
nuestros hijos, también su salud intelectual, ética y académica. Esta Rebelión de los Mansos debe ser silente,
infiltrante, lenta pero imparable.
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