Crisis del liberalismo y perspectivas
Gabriel Boragina
Abogado. Master en
Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de
Economía y Administración de Empresas). Autor de numerosos libros, entre ellos:
La credulidad, La democracia, Socialismo y Capitalismo, La teoría del mito
social, Apuntes sobre filosofía política y económica, etc. como sus obras más
vendidas.
El liberalismo ganó preponderancia en el mundo desde finales del siglo XVIII hasta principios del siglo XX como explicamos muchas veces. A grandes rasgos, podemos decir que fue siendo paulatinamente desplazado por las ideas socialistas que fueron adquiriendo cada vez mayor relevancia y extensión, primero en Europa y después en América.
El apogeo socialista marxista tuvo como punto culminante los eventos que desembocaron en la segunda guerra mundial, en la que distintas facciones socialistas se enfrentaron con violencia. Estas facciones recibieron y se dieron a sí mismas diferentes denominaciones, y así se llamaron nacional socialismo, por un lado, fascismo por el otro, y comunismo por el restante. Pero, aun así, ninguna de ellas renegó de su condición de socialista. Todas las tres reclamaron con insistencia ser el verdadero socialismo y su esencia más pura. A la vez que negaron el carácter socialista de las restantes.
Como bien explica el profesor Ludwig von Mises, su denominador común y objetivo real fue el poder total y absoluto. Esto es, el totalitarismo.
Los métodos violentos que fueron su expresión masiva común a mediados del siglo XX, fueron paulatinamente desapareciendo, pero prevalecieron sus tendencias. Y lejos de esfumarse como se creyó en la comunidad internacional, subsistieron solapadamente, sobre todo en sectores claves como la educación formal que, desde principios de ese siglo y fines del anterior, comenzó a estar en manos del estado-nación.
Para sintetizar este proceso podemos decir que el socialismo tradicional se democratizó, y el mundo político -en general- se transformó en una socialdemocracia que también se llamó y aun se llama progresista, un vocablo más socialmente aceptable que el precedente.
Lo anterior fue re-diseñando las instituciones a nivel mundial. Pero, como apuntamos, no hizo extinguir las tendencias autoritarias que señalaron el apogeo de las tesis comunistas, fascistas y nazistas (por orden de aparición). Simplemente se incorporaron al orden jurídico de las legislaciones internacionales, las que alcanzaron incluso la de los países donde las dictaduras socialistas no aparecieron tan explícitamente como en Europa. El fenómeno, por supuesto, alcanzó a América.
En Argentina, la vertiente socialista que más arraigó fue la nazi fascista en forma incipiente en la década del 30 alcanzando su apogeo en la década siguiente de la mano de distintos sectores sociales con preeminencia en los militares de la época y -finalmente- capitalizada por el general Juan Domingo Perón. Su arraigo fue tal que, todavía en nuestro días se muestra dominante.
Como ha ocurrido en otras partes del planeta, ha debido adaptar sus formas a la dinámica de los tiempos, pero, como también en extrañas latitudes, su esencia autoritaria permanece latente y se expresa en no pocas manifestaciones, sobre todo en la educativa y (por carácter transitivo) en la legislativa.
Insistimos que este análisis excede el acostumbrado por los medios de difusión, limitado a lo meramente político-partidario coyuntural del momento.
Hay, pues, toda una cultura estatista que alcanza incluso a quienes no se perciben, en principio, como tales. Esto incluye a quienes se auto observan como ''liberales'' e incluso ''ultraliberales''.
El mero hecho de existir quienes se autodenominan de este último modo o utilizan otros términos, como ''libertarios'' pero defienden proyectos que sólo se podrían imponer en lugar de proponer, demuestra el grado de confusión de tales sujetos que no parecen percibir que solamente por vías autoritarias (es decir antiliberales) podrían ser llevados a cabo. No importa demasiado si ese autoritarismo es de uno o de muchos que lo apoyan.
Estamos ante situaciones engañosas producto del mal empleo de términos y conceptos. De tal suerte recordemos que, antes de su unificación con la caída del Muro de Berlín, la RDA (República Democrática Alemana) en realidad era comunista, y la no comunista era la RFA (República Federal Alemana). Ninguna de las dos denominaciones oficiales daba cuenta del real régimen político y económico que regía en cada una. Las etiquetas ocultaban el hecho real que la única Alemania donde existía más libertad era en la última, que finalmente terminó absorbiendo a la primera (RDA) y que se llamó eufemísticamente reunificación.
En otro plano, algo muy parecido ocurre con los términos ´''liberal'' y ''libertario''. Como tantas veces se ha explicado, esta distinción tuvo su origen en los EEUU, cuando los tradicionalmente llamados socialistas se apropiaron del término liberal, afirmando que ellos eran los ''verdaderos defensores'' de la ''real'' libertad, y de esta forma dejaron incomunicados a sus adversarios los anteriormente llamados liberales en su sentido clásico (europeo occidental). El uso político impuso con el tiempo esta distinción.
Paradójicamente, entonces, en los EE.UU. un liberal es lo que en estas latitudes llamamos un socialista, estatista, intervencionista, etc.. A su vez, cuando los horrores de la dictadura soviética se comenzaron a conocer y difundirse ampliamente, los socialistas y comunistas occidentales trataron de diferenciarse nuevamente, auto denominándose progresistas y evitado todo lo posible el uso del vocablo socialista.
Pero en su significado gramatical, el diccionario (DRAE) define :
libertario, ria
Del fr. libertaire, y este de liberté 'libertad' y -aire '-ario'.
1. adj. En el ideario anarquista, que defiende la libertad absoluta y, por lo tanto, la supresión de todo gobierno y de toda ley. Apl. a pers., u. t. c. s.
comunismo libertario[1]
Está claro, por lo menos para nosotros, que esta corriente no tiene nada que ver con el liberalismo clásico que defendemos pero que, precisamente, ha debido agregarse el calificativo de ''clásico'' por lo frecuente que se ha hecho confundirlo con los libertarios, al punto de crear un hibrido, una especie de ''liberalismo libertario'' fórmula que para nosotros es auto contradictoria, por cuanto el primer término termina anulando al segundo y viceversa.
Todo lo cual se torna más claro cuando se remite a la voz final que cierra la definición de la primera:
comunismo libertario
1. m. Doctrina anarquista que considera imprescindible la desaparición del Estado y de la propiedad privada.[2]
Las perspectivas del verdadero (ahora hay que llamarlo así en virtud de tantísimas tergiversaciones semánticas) liberalismo no son halagüeñas, al menos en el cono sur, donde hay un giro hacia formas hibridas socializantes o populistas de izquierda o derecha, como parece suceder en Argentina a la luz de los últimos resultados electorales.
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