Resistencia al sistema capitalista
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
Las
ideas anticapitalistas aún siguen cristalizadas en amplios sectores sociales, más
allá de los intereses personales esto es incuestionable. La exposición del
Presidente en la Conferencia Política de
Acción Conservadora fue parte de la
batalla cultural que está dando el Gobierno con el objetivo de centrifugar el
poder del Estado, el cual actuó en
nuestro país en contra de la sociedad civil perjudicando, sobre todo, al ciudadano común y a los sectores más
necesitados.
El
Presidente es un político de
acción, no duda en tomar decisiones
vitales aunque tenga que enfrentar a una durísima oposición, de todos los colores. Entre tantos obstáculos, quien nos gobierna, al menos, no debe luchar dentro de sí mismo, es liberal
de pura cepa, seguirá fiel a su ideario liberal para reorientar el rumbo
del país.
Aunque
hay sectores donde la cultura populista ya no es tan fuerte como en años
anteriores, casi todos los periodistas y medios de comunicación, a veces
con buenas intenciones, se oponen a la liberación de la economía interna
y externa y a la extensión de las
garantías a la propiedad privada, en resumen,
al derrumbe del Estado de Bienestar. Muchos
intelectuales y artistas siguen
siendo quijotes del statu-quo, pretenden avivar ideas muertas, nacionalistas y estatistas. Días pasados, una
cantante pregonaba las bondades de subsidios para quienes no los precisan en
pos de rédito personal. El Presidente, tácticamente, la tomó
de punto para mostrar que la mayoría de los artistas rechazan al sistema
capitalista aunque viven de él; el
teatro, la plástica, la literatura,
todas las artes se hicieron masivas, alcanzaron a todos los sectores sociales. Hoy en día
tienen un mercado permanente que se amplió como nunca en el pasado, les pasa totalmente inadvertido, perduran ideas
que no condicen con la realidad, se
transparentan también en las interpretaciones y conductas de políticos,
legisladores, funcionarios, escritores, actores, cantantes, empresarios y
docentes. Parte de la cultura del pasado,
por inercia cultural, persiste en
el presente y se proyecta al futuro, es
por ello que el Gobierno enfrenta con decisión y dureza a estas
fuerzas porfiadas, pero en agonía, con las ideas de las sociedades abiertas. Si
el Gobierno les hiciera caso, como lo hizo el ex presidente Alfonsín, quien adhería a sus ideas, repetiría el fracaso, lo
conducirían a otra resonante derrota. Debe operar contra la inercia cultural
muy intensa en gran parte del peronismo
y sectores del radicalismo, los cuales le escatiman el apoyo necesario para gobernar, dominados por los impulsos de hacer clara su
oposición explotan la veta populista, a
la que adhieren a mansalva.
El
retorno a las libertades que manda la Constitución va a costar caro, pero más allá de sus errores, Javier Milei tiene una cualidad necesaria
para lograrlo, convicción: ningún otro
candidato resistiría las pulsiones
populistas y halagos momentáneos; como
lo demuestra en sus exposiciones estudió
a fondo a los grandes pensadores que se anticiparon a mostrar el fracaso al que
llevan las ideas antiliberales. En su
ataque feroz al Estado pretende que su gobierno
disminuya el desquicio normativo
eliminando leyes obsoletas. Intenta extender el pluralismo en lo económico,
regional, político y cultural, menudo
objetivo, terminar con el estatismo el cual, desde los finales de la Segunda Guerra, ha hundido al país convirtiéndolo definitivamente en pobre.
La
política innovadora del gobierno, como fue la del ex presidente Carlos Menem, está forzando a un nuevo encuadre del Estado,
el de abandonar los controles que obstaculizan
innumerables actividades comerciales.
En Argentina, habitualmente, el
principio de no contradicción es descartado
ante emociones fuertes, tal el caso de varios gobernadores que se enfrentan al
cambio por motivaciones políticas circunstanciales, así los vemos saltar de una
idea a su opuesta, sin disimulo. Parecen no comprender que sin el despliegue
del comercio no puede desarrollarse la
democracia ni la libertad de
expresión, tampoco la opinión pública y el pluralismo; el comercio y el mercado están vitalmente
comprometidos con la acción electiva y la libertad, rasgos de la institucionalidad capitalista, a pesar de los sainetes y argucias, de
políticos, empresarios, sindicalistas y artistas.
Los
aspectos autoritarios de la acción del presidente derivan no solo de las
facultades que le da una Constitución de sistema presidencialista sino de la
naturaleza disruptiva de su política, la cual
se podrá realizar sin el apoyo
necesario, con ciertas medidas
discutibles, no abiertamente ilegales.
Este camino se hará por necesidad, porque no se le permite, entre otras cosas, privatizar empresas que son ineficientes y
deficitarias, minas de prebendas que
desangran al Tesoro Nacional. No se puede seguir disimulando el despilfarro que impera en ellas, pero el
Congreso, paradójicamente, se opone a destruir una pieza fundamental del
corporativismo, se pretende allí
preservar el estado de cosas, particularmente prebendario. Los sindicatos han compartido expresa o
tácitamente el poder, el Gobierno trata de evitarlo, pero quienes deberían ayudarlo a debilitar el forcejeo interminable de las corporaciones
por posicionarse de los recursos y los conflictos incesantes que provocan, con
ceguera voluntaria, se quedan en la
retranca.
El problema, como dice el Presidente, es el
Estado Benefactor, se necesitan
herramientas para disminuir sus
funciones, solo una política que
modifique la estructura de la situación vigente podrá ofrecer una posibilidad de éxito, no la seguridad, nadie conoce el futuro. Nos llevaría a un cambio duradero que evitaría
la fuerza y las arbitrariedades del Estado dando mucho espacio a la libertad en las decisiones
individuales.
El
país fue gobernado por un conjunto de ideólogos presuntuosos que se
convirtieron en dictadores de la economía nacional. Se fue resignando, una a una, la mayor parte de las libertades que en el
campo económico - social proclama la Constitución, nadie reclamó por ello hasta que llegó al
ruedo Javier Milei. El fracaso costó
mucho a la República, tanto el Congreso como la oposición han sido en algún
momento cómplices de una política como
la pasada, la inflación comenzó cuando los políticos propiciaron la vía fácil
de la emisión monetaria, los controles y
la demagogia, es lo que la gente ha
soportado hasta hoy. Las consecuencias
son visibles, se necesita enfrentar la situación con soluciones creativas, por
algo se dice que la política es un arte, el sacrificio que hace el país y el
crédito de confianza que se le otorgó al Gobierno no debe malversarse.
Le toca
al Presidente no solo gobernar sino mostrar que cuanto más intenso es el
control del Estado sobre la sociedad a través de regulaciones sobre los
mercados o mediante la destrucción o disminución de la propiedad privada, mayor será el autoritarismo y menor la observabilidad
de quienes nos gobiernan aumentando la corrupción. Todos los días están
saliendo a la luz focos de pus.
El país
requiere de todos los esfuerzos, pero el problema es que tanto los partidos
como el Congreso están muy lejos de constituir una garantía y una esperanza
para el futuro. La anarquía interna que muestran como la politiquería barata
que reina entre facciones han llevado a la política a un descredito total. Se le suma la impulsividad y poca paciencia
del Presidente, quien percibe con
disgusto que sectores decididos a verle
fracasar, o por ignorancia, estorban
o niegan las soluciones, no tendría que olvidar la necesidad de contar con una
parte de la oposición capaz de asumir, incluso,
idénticas metas. Hace más
frágil la situación el alza de precios: la liberación de la economía, después
de años de controles, provoca ese
aumento, es una necesidad dolorosa, pero benéfica, por cuanto lleva en sí misma una corrección de
los factores que han motivado la crisis. Será inevitable “pasar el invierno”, remediar la situación no se conseguirá detrás
de una oficina de planificación sino por
las fuerzas del mercado, tomando las
medidas necesarias para que funcione bien. La oposición puede hacer ruido pero no ofrecer
alternativa cierta, no la hay sin
establecer la libertad de cambios y eliminar las interferencias que traban la
eficaz acción privada. Sin embargo, cultura política y cambios estructurales
tienen que ir juntos, por ello, sin duda,
el Gobierno precisará no solo el apoyo de la sociedad, también de “las fuerzas del cielo”.
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