La voluntad del pueblo

Guillermo Lascano Quintana
Abogado.
En
la ciencia política, al igual que en la sociología y en la psicología social y
por supuesto, en el periodismo, se hace constante referencia, cuando se analiza
una elección de representantes parlamentarios o jefes de estado, a la voluntad
del pueblo.
Ello
se hace más frecuente cuando se avecina –como ahora en la Argentina- una
elección, que incluye al jefe del estado, a varios gobernadores, cientos de
diputados y senadores nacionales y provinciales y miles de intendentes y
concejales municipales.
Son
los ciudadanos quienes elijen a sus representantes y sobre ellos cae el mazazo
de la propaganda, la alharaca de los comentarios y las especulaciones de todos.
Ello sin mencionar a quienes se ocupan de auscultar la opinión pública, con métodos
más o menos científicos y difundir posibles resultados.
La
cuestión, sin embargo, sigue siendo
materia de especulaciones y suposiciones que parten de algunos supuestos que
hay que analizar con cuidado.
Por
ejemplo, se le asigna a ciertas personas, instituciones o grupos, como Cristina
Fernández de Kirchner, Daniel Scioli, Sergio Massa, Mauricio Macri, pero
también a Héctor Magnetto, Hugo Moyano o Estela de Carlotto, Barack Obama, Raul
Castro, el FMI, los “fondos buitres” y tantos otros, facultades capaces de
torcer la voluntad del pueblo, por medios
desconocidos, entre los que estarían los subsidios y prebendas varias,
los aportes de dinero para asegurar la propaganda, las órdenes, instrucciones o
persuasiones a supuestos seguidores de esas personas y cuanto otro artilugio se
nos ocurra, capaz de orientar voluntades
al emitir el voto.
En
algunos casos esos instrumentos son meras elucubraciones producto de la
imaginación, que supone que lo que digan ciertas personas destacadas por su
presencia en los medios de difusión o por su desfachatez, en muchos casos, va a
ser aceptado y seguido por los pretendidos partidarios o por sectores
independientes.
Hubo
momentos, en nuestro país, que la orden de un líder se cumplía a rajatabla,
fuera por convencimiento o por temor. Existieron, también, organizaciones
gremiales que adoctrinaban a sus integrantes, quienes cumplían
disciplinadamente la instrucción, consejo o mandato recibido, fuera para
movilizarse o para votar.
Hubo,
además, partidos políticos que enseñaban, contenían y orientaban a sus
afiliados y a sus simpatizantes y sobre esa base podía preverse su
comportamiento en los comicios
Los
“dirigentes” actuales tienen que tomar conciencia que las lealtades por dinero,
por militancia gremial o partidaria, no existen ya, al menos con la intensidad
de otros tiempos.
Los
partidos políticos no son mas lo que fueron y en algunos casos son meras
pantallas tras las cuales se agazapan pocos individuos, con el único fin de
ganar las elecciones (lo que está muy bien siempre que se sepa para qué)
Las
organizaciones gremiales han perdido el poder casi absoluto que tenían sobre
sus afiliados, que ahora o son adversarios de sus autoridades o no les responden
incondicionalmente, como otrora.
Las
“primeras figuras” son actores de un teatro que atiende muy poca gente y que no
tienen, en realidad, poder o influencia suficiente sobre los votantes, para
orientarlos en sus decisiones.
Sobre
esa base hay que analizar el estado de la situación a pocas semanas de las
elecciones y si nos guiamos por lo que se percibe y no por lo que trasmiten los
primeros actores, la gente común, el votante medio, tiene muy poco interés en
el resultado de la contienda.
Los
primeros actores están enfrascados en dilemas y disputas que revelan que carecen
de poder de convocatoria y capacidad de adoctrinamiento. En todo caso lo que
sobresale son las peculiaridades de la situación.
Un
candidato oficialista a duras penas admitido por la militancia kirchnerista,
que hace malabares para aparecer como independiente y que sabe que gane o
pierda le va a ir mal; si gana porque no va a poder gobernar y si pierde porque
desaparece de la escena política.
Su
contendiente más importante puede ganar o perder y eso no le cambia su
presencia política, ya que ha sido un destacado gobernante que se distingue,
clara y terminantemente, del régimen gubernamental vigente desde 2003 y puede
aspirar a permanecer en la escena política a diferencia del primero.
El
tercero en discordia tiene el estigma, para algunos y para otros el mérito, de
haber sido parte del oficialismo, al que –queriendo o no- puede ayudar a
triunfar si resta votos al oponente principal lo que resulta significativo,
sorprendente y paradojal.
Frente
a este panorama el público común y corriente y sobre todo, el independiente, es
el que decidirá el resultado de la disputa.
A
ese público es al que los candidatos tiene que seducir con propuestas y con
conductas.
Y
tal vez, aunque no es seguro, esos ciudadanos entiendan que Macri es lo único
distinto –tal vez no lo optimo- pero mejor que el peronismo, como fue distinto
Alfonsín en 1983 y mejor que el peronismo.
Porque,
señores lectores, Scioli y Massa son peronistas y Macri no.
Puede
ser que en la segura segunda vuelta muchos que hayan votado a Massa piensen
votar a Scioli. En el fondo estarán votando la continuidad de lo mismo que
soportamos desde 2003: autoritarismo, inseguridad, narcotráfico, pésimos
servicios públicos, pobreza, falta de educación y sobre todo mentiras.
Mentiras
sobre las causas de la inflación, de la pobreza; mentiras sobre de la historia,
sobre nuestra relación con el mundo, sobre la honestidad de los gobernantes,
sobre nuestro futuro y el de nuestros descendientes.
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