El mito de la ingobernabilidad
Guillermo Lascano Quintana
Abogado.
El “mito” es una “historia imaginaria que
altera las verdaderas cualidades de una persona o de una cosa y les da más
valor del que tienen en realidad”.
Con el cuento (ahora le dicen “relato”) de que
sin los peronistas no se puede gobernar, desde siempre -pero con intensidad
creciente cuando ese conjunto de personas con ideas difusas y cambiantes está
por perder primacía- se intenta asustar a la población y condicionar a sus
contendientes.
Ahora que los modernos peronistas (kirchneristas)
saben que van a perder en el balotaje, además de la propaganda oficial en
contra de la alianza Cambiemos y de su candidato Mauricio Macri, con todo tipo
de infundios, mentiras, tergiversaciones y amenazas sobre las calamidades que
generará el nuevo gobierno, comienzan a sembrar, otra vez, el mito de la ingobernabilidad.
Nada podrá hacer el nuevo gobierno, dicen o insinúan, porque el “peronismo” y
sus cambiantes adláteres, son imprescindibles, controlan “la calle”, “el
territorio”, las intendencias, los sindicatos, y cuanto otro “cuco” existe o se
invente. Sin ellos no se puede gobernar, afirman abiertamente o en corrillos
que tratan de expandir entre empresarios, trabajadores, estudiantes, amas de
casa. Señalando, según el caso, que calamidades van a ocurrir si el nuevo
gobierno pone en práctica sus planes, aún sin saber cuáles son.
La Argentina, sostienen muchos –incluso algunos
intelectuales- no puede ser gobernada sin el concurso de ese magma humano, cambiante
como un camaleón, con declamadas “conquistas sociales” y supuestos “controles
territoriales”.
Esto es un mito o mas sencillamente dicho una
mentira.
En primer lugar cuando gobernaron o
cogobernaron los peronistas, en cualquiera de sus variantes (Perón, Cámpora,
Isabel Martínez, Frepaso, Menem y los Kirchner) siempre encontraron
subterfugios, explicaciones o justificaciones para mudar de políticas, de
doctrinas y de hombres, según lo aconsejaran las circunstancias. De modo tal
que no puede decirse que tengan una conducta invariable a favor de tal o cual
objetivo (con la excepción de su permanente apetencia por el “poder político” y
el económico ligado).
Esta mudanza, con límites éticos que, en
general, no tienen los peronistas, no es necesariamente deletérea. Las
circunstancias pueden indicar cambios necesarios para facilitar el cumplimiento
del objetivo de promover el bienestar general o el desarrollo y crecimiento.
Y precisamente, en este último punto, los
peronistas se han caracterizado por acomodarse de un modo notable a los cambios
de paradigmas, de conductas y de políticas. No estoy haciendo un juicio moral
sobre esa actitud relativista, estoy señalando la realidad de un movimiento que
comenzó siendo fascista y militarista, mudó al populismo totalitario, continuó
con el socialismo revolucionario, cambió al liberalismo mercantilista, transó
con los poderes occidentales predominantes, intentó hacerse republicano y
culminó con una lamentable mezcla de todas esas características a la que sumó
una indecencia delictual sin parangón.
Por supuesto que hay quienes abrazan la
doctrina justicialista que son personas honorables y decentes y tienen todo el
derecho de expresar sus ideas libremente y está bien que así sea, pues es lo
que facilita el diálogo. Ese diálogo que los gobernantes en retirada nunca
abordaron con sus adversarios. Y que ellos, en el gobierno, honrarán, como lo
han demostrado en el gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
La amenaza de la ingobernabilidad es uno más de
los ardides propagandísticos de quiénes saben que su ciclo ha terminado.
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