La fatiga de los argentinos puede rifar la libertad
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
“Se nos dice que los pueblos no están en estado de usar de
instituciones tan perfectas. Si hubiésemos de juzgar por ciertos hechos de la
República Argentina diríamos que esos pueblos no están preparados sino para
degollar, robar, haraganear, desbastar y destruir.”Domingo F. Sarmiento.
Se
aproximan las elecciones y el panorama sigue provocando incertidumbre. La sola
idea de que en el Congreso se fortalezca una oposición anti república democratica y llegue al Ejecutivo Cristina
Kirchner, o alguno de sus adláteres, preocupa.
Tiene
explicación, aunque muchos no lo entiendan, que haya un sector importante en el
país que pretenda volver a lo anterior, a un presidente con pretensiones de
monarca. Nos gusta creer en brujas,
desde aceptar religiones que nos aseguran que no moriremos, hasta filosofías
políticas que nos aseguran una sociedad maravillosa. Este fenómeno es
universal, sucede en el mundo entero, como podemos observarlo, diariamente, a
través de las noticias. Por ser así sufrimos regímenes totalitarios o autoritarios, aplaudidos hasta
por premios Nobeles. Basta recordar las visitas que recibió la Unión Soviética
de reconocidos intelectuales, ciegos a la muerte de miles de personas en los
campos de concentración soviéticos.
En
Argentina hay mucha gente fatigada, que
pretende -es humano- que sus decisiones sean tomadas por alguien más fuerte que
comparta sus intereses y que sea más sabio que ellos mismos. Desean, por encima
de todo, ser liberados de todo miedo y el mayor de ellos, es el miedo a la
libertad. La mayoría la desecha porque implica asumir la responsabilidad de nuestras
vidas, implica enfrentarse a decisiones difíciles y sufrir sus posibles malas
consecuencias. Hay algo infantil en el ser humano que incentiva a evitar cargar
el peso de los problemas sobre los hombros. Por lo general, se prefiere, en vez
de libertad, la seguridad que ofrecen
los pontífices de la mentira.
Así es,
como muchos argentinos descreen de las ventajas de la República, votarán por políticos que ya, en campaña,
dicen que no respetarán la Constitución o el poder judicial por ser instituciones
obsoletas, del siglo XIX, prometiendo, en vez, la panacea, el justo reparto de
la riqueza, saqueando al rico para darle al pobre, base del populismo. Pagan el
precio de la libertad por la pretendida seguridad. Es un alto precio, nadie lo
hace con gusto y por suerte, hay muchos que no lo pagarían ni en broma.
El
amor a la patria, que con tanto descuido definen algunos políticos, es cuidar
de las personas, permitir que desarrollen sus posibilidades vitales y
crezcan, considerar la igualdad de la persona en su dignidad ética y otras
diferencias de la vida. Es el respeto al trabajo y a la libre elección de los
habitantes para ejercer el derecho al propio destino.
El
hombre moderno no se satisface con lo convencional, quiere explorar nuevos
territorios de la realidad, en la vida no está todo hecho, por eso vivir es
todo un desafío que algunos lo evitan drogándose para evadirse, o no ocupándose,
dejando las decisiones en manos de otros.
Los
argentinos deberían dejar atrás la fatiga que producen las circunstancias de
crisis, involucrarse para que no reviva el autoritarismo, buscar con entusiasmo
las soluciones posibles, elaborando preguntas adecuadas para solucionar los
problemas que les preocupan, sin esperar que venga un Mesías que lo pueda todo
a gobernar, con la esperanza de que los salve de la noche a la mañana. Conviene,
antes de entregar la dirección de nuestra vida a un posible tirano, repasar la
historia y sus testimonios. Lenin, Stalin, Hitler, Mussolini, Castro, Perón y
tantos otros, olvidaron que la sociedad es un fenómeno espontáneo, no una
organización a la que se la maneja y organiza a “piacere”, desde el Estado.
En vez
de creer ciegamente en quienes gobiernan, deberían dar valor a la legitimidad
que representa nuestro sistema institucional, conformado según el de la
Constitución norteamericana, donde se reconoce la facultad judicial de no
aceptar ninguna ley contraria a la Constitución, a la cual se deben subordinar
todas las leyes. Si se cambia por motivos políticos, sin necesidad, existe la posibilidad cierta, de conmoción y
cambio en las instituciones y, con ello, la del autoritarismo.
La
opción Fernández-Fernández, la fórmula que delira, convendría ser desechada por
quienes desean vivir en un ambiente republicano y democrático, e involucrarse explicando
los riesgos que representa, para evitarlo. Decir que se gobernará sin el poder
judicial es asegurar que se terminará con el intérprete y guardián de la
Constitución y su supremacía.
El motivo principal de la desunión de los argentinos, para Sarmiento, fue por la
“influencia que, en cada localidad, ejercen los hombres sin principios y sin
virtud, que alcanzan el poder”. Creyó,
por ello, que el progreso se obtendría no con políticas sino con instituciones.
Necesitamos
la tranquilidad, al menos, de que el gobierno constitucional, con poderes
limitados, frenos y contrapesos, no
estén en juego. La fatiga de los argentinos no debiera hacer que bajaran los
brazos permitiendo que los derechos individuales y la libertad sean conculcados
por pretendientes a un trono.
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