La necesaria narrativa de la libertad
José A. Sánchez
Miembro del Consejo de Administración de Fundación Atlas. Actuario, UBA. MBA, The University of Chicago.
Si Ud. Es un
intelectual republicano que cree en la iniciativa individual es hora que ayude
a dar forma a una narrativa de la Libertad
A partir del universal
consenso sobre los magros resultados de la gestión económica del gobierno de
Mauricio Macri cabe preguntarse porque razón este retuvo el 41% de los votos en
las elecciones presidenciales de 2019, consolidando un espacio opositor de características
inusuales desde el retorno de la democracia en nuestro país.
Más marcadamente a
nivel social que político este espacio demanda apego a la Constitución y se
muestra dispuesto a reaccionar con claridad ante los ataques, abusos, groseros
errores e inconsistencias que exhibe una administración nacida de un arreglo
político evidentemente disfuncional.
La magnitud del rechazo
a la gestión gubernamental se encuentra resumida en los pobrísimos resultados
que arrojan las encuestas de opinión.
Este clima social, que
D. Sabsay calificó de “sarampión cívico”, interpela no solo al gobierno y a
Juntos por el Cambio. Lo hace en forma directa a quienes adhieren al
pensamiento liberal en nuestro país. Nótese que el corazón de la vigilia
republicana que vivimos es precisamente el respeto de los pilares liberales de
nuestra constitución: prevalencia de las leyes sobre la voluntad del caudillo
de turno, es decir sujeción a reglas generales, división de poderes y respeto a
la libertad individual que incluye tanto el aspecto físico e intelectual como
el derecho de propiedad. Me atrevo a decir que la actitud vigilante de buena
parte de nuestra sociedad se basa, no en la creencia en la eficiencia de estas
reglas para el desarrollo material, sino en su condición de garantes de nuestra
libertad individual que hoy vemos amenazada por la búsqueda de impunidad y del
fracaso económico. Por cuanto la coexistencia de ambas cosas bajo el poder
político del kirchnerismo/peronismo concluye en la destrucción del orden
constitucional vigente.
La percepción de este
peligro como algo real y presente por vastos sectores de nuestra sociedad se
complementa con una coyuntura en la que confluyen varios hechos particulares. A
lo inusual situación de que un gobierno peronista deba gobernar sin mayorías
automáticas en la cámara de diputados y con la ciudadanía alerta y movilizada
en defensa de principios constitucionales se le suma la absoluta falta de
recursos del estado nacional, agravada seriamente por la pandemia y la mala
gestión sanitaria de la misma coronada por la confusión que resulta de la
disfuncional construcción política a la que debió apelar el peronismo /
kirchnerismo para ganar las elecciones. Esta acumulación de debilidades para el
oficialismo augura tiempos complejos ya que la respuesta exhibida por el
gobierno ha sido de negar toda limitación legal, económica o política a sus
deseos llevando, en consecuencia, la tensión institucional a extremos
claramente peligrosos como lo evidencian las cada vez más antirrepublicanas expresiones
del elenco gobernante.
Estas circunstancias,
individualmente inusuales, resultan claramente extraordinarias en su
simultaneidad.
Por ello extraña que
estas demandas de vasto alcance social y raigambre tan profundamente liberal no
se vean plenamente incorporadas en el mensaje político del liberalismo
argentino.
¿Por qué? Podrá
argumentarse que los partidos liberales son pequeños y carecen de
representación parlamentaria, que sus voceros son pocos y raramente difundidos
por los medios. Mi diagnóstico es otro. El liberalismo argentino desde el 55 en
adelante ha tenido un discurso de naturaleza exclusivamente económico, dando
por sentado que las instituciones y reglas de juego básicas que hacen posible
una economía de mercado o bien existían o bien eran responsabilidad de otros
actores.
Este foco economicista
ha tenido gravísimos inconvenientes. No solo se ha demostrado falsa la
hipótesis de que otro proveería el vehículo político para poner en práctica
planes económicos adecuados, sino que al reducir nuestro planteo a la
resolución de problemas económicos con fuerte foco en la estabilización (cuya
condición necesaria no disputo) hemos quedado asociados con el ajuste, es decir
con la restricción. Todo lo opuesto que cabría esperar de los partidarios de la
libertad como principio organizador de la vida social. Restricción, ajuste y
libertad es un oxímoron comunicacional y esto le ha permitido al
paleoprogresismo cavernícola local caracterizarnos de la peor forma posible
sacando de la ecuación la libertad y dejándonos exclusivamente a cargo del
ajuste.
Este largo introito
busca simplemente dar un marco de referencia a la pregunta que motiva esta
reflexión: ¿que esperamos hoy de los intelectuales republicanos que confían en
la iniciativa individual en todos los órdenes no solo el económico? ¿Cuál debe
ser su contribución para orientar a la sociedad en la dirección de la libertad?
En mi opinión el
pensamiento liberal argentino tiene el
deber crucial de proveer una narrativa de la libertad abarcativa de nuestras actividades e intereses .Se
trata de gestar un
discurso que articule un diagnóstico inicial amplio sobre nuestra
situación desde el punto de vista de la
real autonomía personal que efectivamente gozamos ; que identifique con
claridad el marcado proceso de pérdida de libertades individuales que hemos
sufrido en todos los campos y convoque a un proyecto de restitución de
las mismas que actúe como la dichosa luz
al fin del túnel ; que se dirija contundentemente a quienes están en
mejores condiciones de ejecutarlo explicando cómo serán ayudados durante el
tránsito aquellos menos dotados para beneficiarse inicialmente .Es
imprescindible comunicar a los interesados la vida que se están perdiendo a
manos de quienes los han suplantado en el control de sus actos y bienes .
Nótese que se trata de
promover el concepto de libertad individual por sí mismo, no como el mecanismo
eficiente de asegurar el progreso material sino por ser el estado al que
creemos tener derecho a aspirar independientemente de nuestro PBI per cápita.
Nótese que se trata de
poner en escena la persistente operación por la cual el ciudadano individual ha
renunciado a ejercer su derecho a decidir sobre aspectos claves de su vida como
tal en beneficio de corporaciones creadas desde la política y en beneficio
exclusivo de la clase política y sus socios necesarios: el sindicalismo
fascistoide y el empresariado prebendario, equipo letal ahora aumentado por los
gestores de pobres. Así nuestra dimensión
como trabajadores está en manos de sindicatos únicos por actividad, así las
familias no tienen
nada que decir sobre la calidad , contenido y volumen
de la educación que reciben sus hijos que se halla totalmente en manos de la corporación educativa de
burócratas y sindicalistas que
han fijado, en espléndida soledad,
la agenda del fracaso educativo
argentino, así no podemos proteger nuestros
ahorros que pueden ser
malversados en el altar de las
necesidades del poder político, así debemos soportar que
los diputados electos por la Ciudad
de Buenos Aires traicionen abiertamente los intereses de
sus seudo representados ,
porque en nuestra democracia representativa ellos no representan al pueblo que los vota sino a sus
jefes políticos hoy enconados
contra la ciudad , así el poder ejecutivo ,dotado de poderes extraordinarios, puede violar a
voluntad el derecho de propiedad
declarando de interés público lo que le parezca y decidir que
los dueños de la producción agro ganadera no pueden disponer
del fruto de su trabajo y capital
prohibiendo exportaciones y así
hemos estado literalmente a disposición del Poder(es) Ejecutivo(s)
por 10 larguísimos meses sin protección ni resultados
que lo justifiquen, entre muchas otras
manifestaciones de cuan limitada es nuestra autonomía
como ciudadanos.
La narrativa de la
libertad demanda poner en claro que el argentino promedio es casi un siervo de
la gleba que solo puede disponer del 50% de su costo laboral, por cuanto el resto será dispuesto por quienes mejor
que él sabrán cuanto y como debe prepararse para el retiro, cuanto y como debe
destinarse a su salud incluyendo su sepelio, a quien y cuánto debe pagar por su
representación laboral. Ese mismo
argentino promedio deberá entregar a
sus hijos al sistema educativo donde la inteligencia preclara y desinteresada de la
burocracia estatal y sindical
decidirán el contenido y extensión de
sus clases (o falta de ellas con un
año escolar perdido
y la activa resistencia gremial a reiniciarlas) , y si
tiene la mala fortuna de
caer en la educación pública a lo
anterior debe sumarse que las mismas
autoridades decidirán donde deberá
educarse sin considerar relevante informarle de los resultados obtenidos por las diferentes escuelas ,
no sea cosa que, entre
dañar la sensibilidad de docentes
ineficaces y mejorar la educación de sus
hijos el muy estúpido elija lo segundo.
Si el argentino
promedio dispone de algún excedente será entonces víctima de un depredador
armado de dos garras muy poderosas, la capacidad de cobrar impuestos y la
capacidad de emitir moneda. No es necesario abundar en detalles, tanto a nivel
de presión fiscal como tasa de inflación estamos entre los peores países del
mundo.
En este punto podemos
introducir un dato macroeconómico que ilustra en que nos convertimos. El gasto
público consolidado promedio de las décadas del 80 y 90 se encontraba en el orden
del 26% de PIB, (durante el pre peronismo inmediato era del orden del 15%
durante el periodo 1930/ 1945), hoy es el del orden del 45% (en ambos casos sin
incluir los intereses de la deuda pública). Los 19 puntos del PIB de aumento
reciente del gasto público son simplemente decisiones de gasto realizadas por
el estado con recursos extraídos al sector privado. A esto deben sumarse los
recursos que son extraídos de los trabajadores y transferidos a los sindicatos para
su administración discrecional entre otras muchas acciones de carácter
obligatorio. Estas magnitudes son evaluadas, muy críticamente, por cierto, por
su impacto en la eficiencia de nuestra economía, pero se soslaya lo que
significan en cuanto a transferencia de poder. En la decisión de aplicar esa
enorme masa de recursos los millones de agentes económicos que aportan esos 19
puntos del PBI son substituidos por un puñado de individuos que controlan el
estado y atienden sus propios intereses, en particular, seguir controlando el
estado. ¿Somos entonces libres?
Esta narrativa implica
reescribir la tragedia argentina, que usualmente se describe a través de
indicadores económicos y sociológicos, en términos de la pérdida dramática de nuestra
libertad a manos de oligarquías políticas ,
administrativas y sindicales que toman toda
clase de decisiones por nosotros
con el agregado de ser extraordinariamente ineptas
para asegurar nuestro bienestar
material. Somos víctimas de déspotas, que de ilustrados no tienen nada, cuya
agenda inmediata es destruir todo principio de justicia independiente y consagrar
el derecho del poder político a avasallar nuestra individualidad para
establecer un régimen donde el dueño del poder político es, finalmente, dueño de
todo.
Nótese la abismal
distancia que existe entre la narrativa de la libertad demandada y la oferta
habitual del pensamiento liberal consistente en propuestas de planes económicos
que en definitiva no son más que buenas prácticas de gestión, imprescindibles
sin duda, pero incapaces de transmitir la enorme potencia y generosidad de
oportunidades propias de la búsqueda de la felicidad fundada en la iniciativa individual.
No por nada los responsables fácticos e intelectuales de la catástrofe
argentina, los verdaderos accionistas de la fábrica de pobres, aquellos que
cuentan con el temor de sus víctimas degradadas a clientes para seguir en el poder,
han tenido un éxito transcendental en asociar firmemente al liberalismo con el
ajuste, es decir con la negación del deseo. Extraordinaria operación mediante
la cual un reducido grupo de gestores del control del estado, que han substituido
en sus decisiones más importantes a millones de ciudadanos, enriqueciéndose en
la misma medida que a todo el resto le ha ido pésimo, consiguen presentarse
como lo opuesto de quienes postulan la restitución de la libertad perdida a sus
legítimos dueños.
Es hora que los
liberales hablemos de libertad en todos los órdenes de nuestra vida ciudadana, poniendo
frente a la sociedad la certeza de un futuro mejor que verá la luz una vez que,
librados de oligarquías que excluyen toda posibilidad de progreso para sus
víctimas, podamos poner en marcha nuestros enormes deseos de progresar. Escribir
ese discurso de libertades perdidas que buscan su restitución, difundirlo
efectivamente a todos los actores de la vida nacional y debatirlo en la
cantidad necesaria de frentes es la tarea de la hora.
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