Ley de alquileres, una estafa social
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
¿…qué
exige la riqueza de parte de la ley
para producirse y crearse?
Lo que
Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra”.
J B Alberdi
Las
leyes de alquileres históricamente
demuestran, que la intervención del Gobierno en el control de precios, es siempre nefasta. Es una estafa social a la que hay que poner
fin para que tenga en un plazo razonable otra vez vigencia la Constitución Nacional.
Urge, que todos en el Congreso, se dediquen a resolver los problemas del país
y, en el tema de las locaciones,
ofrezcan una solución de fondo que otorgue seguridad y tranquilidad a inquilinos y propietarios.
Los
resultados prácticos de las leyes de alquileres constituyen un ejemplo notorio
de las perturbaciones económicas y sociales que provoca el Estado cuando invade, con su acción, ámbitos propios de la actividad privada. Una
vez puesta en marcha dicha injerencia, es cada vez más difícil detenerla y se
agravan los problemas por las distorsiones que provoca en el
mercado, por los privilegios que engendra y por el manejo espurio que de ellos
hacen los funcionarios.
Los
legisladores, que por lo general promueven y desarrollan discusiones sobre temas sin ninguna
importancia, deberían estudiar bien el problema del mercado de viviendas en
alquiler, iniciando el camino hacia la
plena vigencia del derecho de propiedad, sin recurrir a concesiones demagógicas. Hasta
el primer gobierno peronista no se contaba con una jubilación, un importante sector de la sociedad ahorraba, con mucho sacrificio, para tener una vivienda que con el tiempo servía como medio de subsistencia. Existía un
mercado normal de viviendas para alquilar que permitía a sus dueños vivir decorosamente,
por demagogia se promulgó una ley, innecesaria, que congelaba los alquileres. Aún
hoy, continuamos perjudicando a quien invierte sus ahorros en una vivienda
para alquilar, a menudo, se lo condena a vivir miserablemente y, en muchas ocasiones, a no poder recuperar su propiedad.
La necesidad de quienes no tienen vivienda se
descarga, compulsivamente, sobre un sector de la sociedad que contribuye
a su mejoramiento. ¿Qué confianza pueden tener los que arriesgan capital al verse
despojados de su patrimonio y luego, estafados por el Estado, el cual, busca
la manera de interferir en una relación comercial que no le incumbe y anular la
poca iniciativa privada que queda? Las políticas intervencionistas desmoralizan al inversor privado, inicialmente dirigidas contra sus intereses, perjudican también a los inquilinos, quienes a priori
aparecen como los beneficiados del sistema. Las consecuencias siempre han sido
las mismas: el mercado de construcción
en crisis, un déficit habitacional dramático y una enorme cantidad de gente sin posibilidad de
conseguir vivienda. Los propietarios,
cuando logran algún desalojo, prefieren mantener la vivienda desocupada o
venderla e invertir en otro país, en busca
de la seguridad que aquí, no encuentran.
Al restar la oferta, se perturban los
mercados, provocando el aumento
artificial del precio de las unidades
desocupadas.
Para
evitar la carencia de viviendas solo
existe una solución: libertad para construir y seguridad para el inversor. Es necesario procurar estabilidad política y
reglas claras para que pueda normalizarse, también, la afluencia de capitales, los cuales han
desertado por falta de confianza y
seguridad. El intervencionismo del Gobierno se está extendiendo cada vez más, dislocando
la economía y desorganizando la acción
productiva de la actividad privada.
Parece
mentira que legisladores que dicen pretender mejorar el nivel de vida de los
ciudadanos, desconozcan la realidad
social del país, con solo repasar la
historia de la ley de alquileres, podrían normalizar el mercado de locaciones. Con
la nueva ley, una vez más, se intentará
una solución a medias, o sea no habrá solución.
Para
terminar de una vez con la escasez de
vivienda, se debe admitir que todos pueden usar y disponer de su
propiedad, como dice la Constitución, o aceptar que el Estado, como en Venezuela,
sea árbitro y propietario. Los legisladores del oficialismo, con otros que propugnan, también, el intervencionismo del Estado, están de acuerdo con fijaciones irreales de precios y con la
reglamentación minuciosa y restrictiva de las locaciones, aceptan una verdadera dictadura del Gobierno
en esta cuestión. El creciente poder
estatal, con privilegios parciales, como
los que provee la ley de alquileres, está avasallando las libertades
constitucionales, en vez de fomentar la igualdad que pregona, perturba la paz social, deslizándonos hacia la anarquía y la tiranía burocrática estatal; multiplicando las reglamentaciones y los
controles se intenta dominar lo sorprendente e inesperado de la sociedad civil.
En el Congreso, existe un apego hacia formulas normativas, encaminadas hacia la supresión gradual de la
libertad individual y económica; los
legisladores, en su mayoría, muestran una mescolanza doctrinaria y política que expresa la falta de capacidad para encarar
en forma constructiva el problema de la ley de alquileres. Por razones non
sanctas siempre se ponen de acuerdo en posponer el enfoque
realista de la situación, creando un escenario de verdadero caos e innumerables
pleitos que trastornan, además, la venta de inmuebles. Se le suma el índice altísimo de
inflación, por el cual, a los jóvenes
que trabajan, les es imposible acceder a
una casa propia, ya que las cuotas de amortización de un crédito son
inaccesibles.
La Constitución
nos quiere a todos iguales ante la ley, es por ello que no es delito oponerse a la arbitrariedad y al
avasallamiento de los derechos, tanto
como al ataque que se hace a la organización jurídica del país, con leyes de este tipo. El legislador no puede
destruir el orden constitucional al cual todos deben subordinarse. Se debe entender de una
vez, en la Argentina, que las leyes deben avenirse a los fundamentos, los medios, y los fines, que prescribe nuestra Carta Magna.
La
oposición democrática tiene el deber de volver al Estado a su cauce como
garante y arbitro de los acuerdos y tramitaciones: es el que debe aplicar, bajo
la mirada atenta de la opinión pública,
el marco normativo destinado a garantizar la libertad, la propiedad
privada y el estado de derecho, elementos,
todos, que hacen a la seguridad
de los bienes y de las personas. La Constitución alberdiana precisó, estrictamente, la limitación del poder del Estado, porque en ello reside la única garantía de la libertad individual, como en la igualdad ante la ley, habita
la única esperanza de paz social. Si ambas, por intereses sectoriales,
son socavadas por el Estado, éste se
excede en sus atribuciones.
Privilegiar
a los inquilinos, por la errónea idea de que todos los
inquilinos son pobres y los propietarios
ricos, es un error, se destruye el negocio de construir viviendas para alquilar, los
edificios viejos no se reparan y la crisis de la vivienda se agudiza, ya que estas leyes nunca logran lo que se
proponen, los inquilinos más
privilegiados son cada vez menos y los propietarios perjudicados cada
vez más. Ésta anomalía es consecuencia de que los gobiernos con devoción por la
planificación central, una vez que
comienzan a hacer diferencias entre distintos sectores sociales, provocan que
los empresarios, los camioneros, los
constructores, todos, y con más éxito
los capaces de ejercer presión, pidan privilegios, es así que aumentan los impuestos para pagar a la
burocracia que crece y subvencionan a quienes pueden cumplir con la amenaza de
afectar la paz.
El
orden jurídico debe basarse sobre leyes estables y ajenas a la demagogia
circunstancial de un grupo de hombres en un momento determinado. Las leyes de
alquileres, siempre llevaron a la regulación artificial y coercitiva de los
precios, no puede ser que los legisladores, en la actualidad no lo sepan. Se
impone que el Congreso, de una vez por
todas, y en poco tiempo, corrija esta
estafa social facilitando la recuperación inmediata de su vivienda al propietario, para que la destine a el mismo o a los
miembros de su familia, impedir las inmorales transferencias y suprimir las
trabas procesales y organismos burocráticos que demoran el ejercicio de los
derechos reconocidos por la Constitución
a la actividad privada.
Todos
los argentinos deberíamos tener en claro que si conseguimos más libertad para
los intercambios y elecciones, nuestras posibilidades y condiciones de vida serán mejores. Solo así
podremos conseguir lo que deseaba Juan B. Alberdi: instituciones libres y las
virtudes “silenciosas” que hacen progresar a los países: paciencia,
perseverancia y esfuerzo.
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