Karl Popper nos ayuda a evaluar la campaña hacia Octubre

Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
Karl Popper,
uno de los intelectuales más importantes
del siglo XX, creyó útil llamar la atención sobre los errores que encierran las
teorías conspirativas de la sociedad: consisten en que cuando algo no nos gusta
o sucede algo malo en el mundo, acusamos o hacemos responsable a alguien de lo que ha sucedido, son peores aún, cuando se efectúan de manera intencional.
De entre
ellas, subraya la que concibe la guerra, la pobreza, y el desempleo, como resultado de una intención perversa, en busca de un chivo expiatorio se alientan conspiraciones reales, pero, según el filósofo, muy pocas veces logran sus objetivos, aunque
hacen sufrir al que se toma de cabeza de
turco. Popper nos muestra, también, la que encierra el prejuicio de que las
opiniones de los hombres, siempre, están determinadas por su autointerés.. Esta
teoría, por regla general, solo se aplica a los demás, a aquellas personas cuya opinión difiere de
la nuestra, es así como nos impide
escuchar de forma paciente las opiniones de los otros y tomarlas en serio. Impide
la discusión, produce un deterioro de nuestra curiosidad natural, de nuestro
interés por hallar la verdad de las cosas.
En vez de preguntarnos cuál es la verdad sobre un tema particular
planteamos una pregunta de mucha menos importancia: ¿cuál es su interés
personal, cuales sus motivos ocultos? Detiene
el aprendizaje de quienes tienen
opiniones que no coinciden con las nuestras, Popper alerta sobre el peligro que engendra:
lleva a la disolución de la unidad basada en nuestra común racionalidad.
Creer que la discusión racional, o crítica, solo es posible entre personas que coinciden
en lo fundamental, implica que la crítica o discusión sobre los fundamentos de
lo que se plantea no es posible. Para aprender a evitar las equivocaciones
deberíamos aprender de ellas, encubrirlas
constituye el mayor pecado intelectual, el gran filósofo nos alienta a aceptar
con gratitud cuando otras personas nos llaman la atención sobre nuestros
errores, sin olvidarnos, cuando somos
nosotros quienes los señalamos, que los
hemos cometido, porque de este modo se favorece la tolerancia. Nos señala, que la crítica debe ser lo más impersonal
posible, dando razones, a favor o en
contra, de una teoría definida y
criticable, la aproximación a la verdad debe estar alejada de los ataques personales para que nos ayude a
lograr una mayor comprensión, aún en el
caso de no alcanzar un acuerdo.
La
búsqueda de la verdad y la idea de aproximación a la verdad, explica Popper, son principios éticos como lo son también la
idea de integridad intelectual y falibilidad, las cuales nos conducen a la idea de
autocritica y tolerancia. Considera mucho más importante que saber quién tiene razón, si se está más o menos cerca de la verdad
objetiva. Es una obligación afirma, no
dárselas de profetas, algo así como
innovadores religiosos, capaces de
revelar los secretos más profundos de la vida,
intentando, en vez de ilustrar, dominar.
Advierte que tenemos, en Occidente, muchos falsos dioses y profetas, hay personas
que creen en el poder y en esclavizar a los demás, otras creen en en una ley de la Historia que podemos adivinar
y que nos permite prever el futuro. Hay profetas del progreso y profetas de la
reacción, también hay adoradores de los
dioses del Éxito y la Eficacia, creyentes en el crecimiento de la producción a
cualquier precio, en el milagro económico y en el poder del hombre sobre la
naturaleza. Si bien, todos ellos encuentran discípulos fieles, Popper piensa que tienen más influencia los quejosos profetas del pesimismo, los que
rechazan la sociedad de alta complejidad en que vivimos. Resalta, más allá de sus defectos, las bondades de
nuestra civilización, la cuestión no es para él quien debe gobernar, sino que haya instituciones políticas que impidan a los
gobernantes incompetentes, o poco
honestos, no causar mucho daño. Por eso expone que lo fundamental es el problema de los pesos y
contrapesos, mediante los cuales se
puede controlar al poder político, su arbitrariedad y abuso. Es pueril,
asegura, perseguir ideales en
política, cualquier hombre razonablemente maduro, en Occidente, sabe que toda acción política consiste en
elegir el menor mal. Considera que
debemos estar orgullosos de no tener solo una idea, una creencia o una
religión sino muchas, algunas buenas y
otras malas, solo Occidente puede
permitírselo y eso, afirma, es el signo
de su suprema fuerza. Si Occidente acordara
- como lo hizo la URSS- en tener una idea y una creencia única, una sola religión, sería el final, nuestra
capitulación, nuestra rendición al totalitarismo. Hoy, todos estamos al tanto, que este
sistema político implica la eliminación de los partidos y rivales, una doctrina
única obligatoria, el monopolio de las comunicaciones, el control del sistema
educacional, la policía secreta
destinada a controlar a la población
civil, a la Iglesia y a la religión; destruye,
hasta donde sea posible, toda espontaneidad social.
No define Karl Popper al liberal como
simpatizante de un partido político, sino a quien aprecia la libertad individual
y tiene siempre presente los peligros de todas las formas de poder y
autoridad. La libertad de pensamiento y la libre discusión son valores
liberales, juegan un papel importantísimo en la búsqueda de la verdad, nos
permite el descubrimiento gradual de nuestros prejuicios. Por ello distingue a
la democracia, nos la describe como
la forma compatible con la oposición política pacífica y efectiva, reclama libertad política. No puede conferir beneficios al ciudadano pero
proporciona el marco normativo, el armazón en el cual se puede actuar de una
manera más o menos organizada, coherente. Sin embargo,
no olvida señalar que las mayorías toman a menudo
decisiones equivocadas, se ha de
insistir dice, en los derechos y
libertades de las minorías, las cuales no pueden ser invalidados por ninguna decisión
mayoritaria.
La tradición de la discusión racional heredada de los griegos, nos consiente, en el campo político, la tradición de gobernar mediante la
discusión, y con ella, el
hábito de escuchar el punto de vista del otro, el desarrollo del sentido de la
justicia y la predisposición al compromiso.. Con respecto a la opinión pública,
uno de los pilares de la democracia,
Popper advierte que puede ser un peligro
para la libertad cuando se aleja de la
tradición liberal, constituyéndose en
árbitro de “la verdad”.
En cuanto al Estado, nos muestra la
necesidad de su existencia porque sin él
los más débiles no tendrían ningún derecho legal para ser tolerados por los más
fuertes, se lo necesita para que proteja
el derecho de todos de vivir y ser protegido contra el poderoso. Siendo el
Estado un mal necesario, al poseer el monopolio de la violencia, debe ser considerado un peligro:
sus poderes no deben
multiplicarse más allá de lo inevitable,
las instituciones deben protegernos
del mal uso de esos poderes, aunque
nunca podremos eliminar completamente el riesgo, no existe la panacea.
No
deberíamos olvidar en este precario resumen de sus ideas, la importancia que siempre tiene el azar en
toda circunstancia histórica, puede crear condiciones para que ciertos individuos
puedan actuar como fuerzas capaces de
quebrar el siempre precario equilibrio social..
El próximo presidente debería moverse dentro
de un proceso que afirme el sistema de partidos, la opinión pública
institucionalizada y el Estado de Derecho, naturalmente, con todas las limitaciones iníciales que es
razonable esperar, por la magnitud de
los cambios estructurales que se necesitan para debilitar la dominante raíz
corporativista que ha operado, en Argentina, con altibajos,
durante tantos años.
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